Los diálogos, en tiempos de diálogo (I)

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El diálogo es la convención con que el escritor hace que sus personajes tengan un contacto directo con el lector y le informe, con toda cortesía, que ellos están vivos.

O lo pretenden: si bien una frase bien colocada puede hacer que unas pocas palabras hagan que un personaje se levante de su tumba, un diálogo mal construido lo entierra, le da pisón y le vierte el contenido de un camión de volteo de cemento encima.

¿Sobre la puntuación?

No hablo del buen uso del guión largo, que parece ser muy difícil de entender:

—Para tu información, va pegado al texto —dijo Crixus, y añadió—. Si se usa una oración intermedia, sin espacios entre los guiones y con el signo de puntuación pegado al guión.

Y al final de un diálogo, no se pone guión. No sé por qué se empeñan en innovar sobre las reglas. Este es un convencionalismo tan aceptado que el lector casi no se percata de los signos en el diálogo cuando está bien, pero le eriza los pelos cuando se rompe.

Para aquel que desee convencerse de una vez, pues que revise lo que ha dictado la RAE al respecto de nuestro querido guión largo, coloquialmente llamado raya. Si aun así no convenzo, el que insista en llamar a esta institución obsoleta o que las reglas de la literatura están hechas para ser rotas, que me lo diga y le mando a mis padrinos.

Errores de diálogo que dan ganas de lavarse los ojos con lejía

Si ya el mal uso de la puntuación de los diálogos es difícil de soportar, hay múltiples formas de hacerlo realmente malo de por sí. Pero malo como que digno de la papelera, sea esta física o electrónica. De luego vaciar el contenedor, o mejor quemarlo.

Veamos algunos más comunes de lo que me gustaría:

El autor que explicitaba, adicionaba y apostrofaba

¿Qué de malo tiene un simple “dijo Fulano”? Quizás por saltarse los convencionalismos, algunos autores usan verbos altisonantes para referirse a los parlamentos de sus personajes.

Mientras un “dijo”, “gritó”, “susurró” o “preguntó” son más que suficientes, muchos autores se apean del tren con exquisiteces de prístina inteligencia que hacen cortocircuito en la mente del lector y matan por completo las ganas de leer.

Los verbos simples son convenciones que les pasamos por encima sin que molesten, y son necesarios para no perdernos en el diálogo en relación a quién le dice a quién. Complicarse en este sentido es estéril y peligroso.

—A ver, ¿vos y cuál ejercito? —pretendió elucidar el Cid, mientras desenvainaba su espada.

 —A ver, ¿vos y cuál ejercito? —bramó el Cid, mientras desenvainaba su espada.

Queda claro, creo yo.

El autor hipnótico, que nos dice que pensar

—Yo nunca bebo… vino…

Si como escritor no eres capaz de poner en boca de tu personaje una frase que ya impulse al lector a llevarse la idea de lo que debemos pensar del personaje, fallaste.

Un parlamento que diga algo así como:

—Sí —dijo misteriosamente aquel extranjero, en cuyo acento se notaba que podía dominar un dragón con sus palabras.

…obviamente, no hay Dios que lo intuya, ni siquiera bajo el influjo de Osiris y Apis. Tampoco se debe aclarar al lector que las frases del personaje son desternillantes, ingeniosas, elegantes, sabias o cualquier otro adjetivo. Demuéstralo, no lo digas. Y si lo demostraste, no te regodees: el lector no es tonto y no necesita tus glamorosas acotaciones.

El autor que carga de acciones el verbo del diálogo

En los diálogos se habla, no se hace lectura comentada, así que las explicaciones sobran. Como mucho, puede añadirse una acción simultánea a la conversación, o inmediatamente después.

Pero algo al estilo de:

—Buenos días —dijo el hombre que, sin dudas, había sido educado en las artes de la hechicería y escapado recientemente de las garras del dragón que habita en las mazmorras de un lejano castillo del Oriente Cubano…

 …es mucho menos efectivo y molesto que un:

—Buenos días —dijo el hombre, cerrando la puerta tras de sí.

E incluso puede eliminarse el primer verbo de la conversación:

—Buenos días —y cerró la puerta tras de sí.

Ya habrá tiempo en la novela para que el Fulano (o el autor) narre la historia.

Cuando el autor usa adverbios que no rulan

En lo personal, el uso de adverbios es una aberración a evitar, pero a veces tiene que recurrirse a ellos. No obstante, una de sus formas más vomitivas es cuando se emplean para reforzar lo obvio.

—¡Te voy a matar!—gritó amenazadoramente.

—¡Eres un hijo de puta!—respondió soezmente.

—¿Quién, yo?—preguntó inquisitivamente.

Y así por el estilo. Si lo que dice el personaje es suficiente, pues lo demás no solo sobra, sino que afea. No obstante, en ocasiones puede usarse para aclarar, si es que aclara:

—¿Sabes que te odio? —dijo irónicamente.

—¿Sabes que te odio? —dijo fríamente.

Y un detallito sobre la ironía: casi siempre decir “irónicamente” sobra. Si el personaje está siendo irónico, pues mejor que su frase lo demuestre. La ironía, por demás, puede referirse a muchas situaciones, como una paradoja o a una relación casual.

Así que mejor no abusar de la palabreja, o mejor no emplearla en lo absoluto. Al fin y al cabo, quien no se la llevó a la primera, no se aclarará porque le digas que es una ironía. Ni siquiera si le pones el signo de (?).

Cuando los personajes hablan como el narrador

En un diálogo con personajes coherentes y naturales, cada uno tiene su voz propia. Un caso muy visto es que los personajes empiecen a hablar con la voz del narrador y no la suya, dándoles tanta vida como una marioneta de cuerda.

—Creo que con esto ya hemos cumplido el plan de producción—dijo Pietro a sus alegres camaradas—. Es momento entonces de festejar.

—Cierto —repuso Billy guiñando un ojo—. Pienso que se impone un par de copas en el bar.

—Opino que lo mejor es ir al bar de la esquina —terció Mónica, recogiendo su chaqueta.

Si un boxeador, una prostituta, un espía, una doctora en ciencias pedagógicas y el niño de ocho años hablan igual, y más con frases forzadas y anormales, es hora de ponerse a ver buenas películas o salir a la esquina a grabar conversaciones.

Continúa

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4 comentarios en “Los diálogos, en tiempos de diálogo (I)”

  1. Muy bien expuesto. Sólo insistir en que los diálogos, mientras más estilizados, mejor. Mientras menos digan y más sugieran, mejor. A veces, no hay mejor diálogo que un silencio.
    Y otras dos consideraciones: 1.- el evitar el 100% de los adverbios terminados en -mente le dan una fluidez admirable a la escritura.
    2.- las frases subordinadas -ya lo apuntas, pero hay que insistir- mientras más escuetas, mejor y, si las eliminas, sublime.

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