Reto: El entorno escondido

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Cómo había explicado en el artículo “Breve guía de fantásticas historias manidas”, hay tramas más que establecidas que, aunque fueron revolucionarias en su momento, ahora ya no sorprenden a nadie.

El primero de esos lugares comunes es El entorno escondido, del que digo:  

“Aun este lugar común es salvable, pero está más repetido que la morcilla. Los protagonistas moran en un mundo plano y estéril, del que pugnan por salir. Al final —¡oh, sorpresa!— son hormigas en un plato de té”.

Y no me malinterpreten: también yo he utilizado esta historia manida como modelo para alguno de mis relatos. Por ejemplo, “Mi Día Malo no. 13856”, incluido en el libro Pesadilla, tragedia y fantasmas de neón, (Editorial Primigenios 2020).

Pero lo intentaré otra vez, con esta premisa y el reto autoimpuesto de escribir una historia corta con cada uno de estos lugares manidos. Acá les va:

Cláusulas engañosas

—Y… ¿es seguro?

El encargado del parque de atracciones me miró con cara de letanía. Apuesto que ha tenido que dar esta explicación por lo menos un millar de veces.

—Por completo. La proyección astral es un proceso consumado y establecido, tanto que Milias.corp lo licencia para el disfrute de sus ciudadanos más notables. Usted estará perfectamente a salvo durante la experiencia.

Sonaba repetido como la morcilla, pero no por ello parecía más real. O convincente.

—Perdone que tenga algunas reservas, pero las cláusulas de exención de responsabilidad…

—La compañía las coloca porque se exige de forma legal, pero la probabilidad de error es ínfima —repuso divertido el hombre de mediana edad, mientras enchufaba una maraña de cables a los conectores neuronales—. Además, fue usted quién eligió la experiencia. Una de las mejor establecidas en nuestro catálogo.

—Bueno, pero…

El chispazo en mi cerebro cortó la frase, anunciándome de inmediato que algo andaba mal. En teoría, la proyección astral no debe doler. En la práctica, era una tortura insoportable.

Cuando el sufrimiento cedió y abrí los ojos, estaba suspendido en el alfeizar de una ventana, a varios metros sobre una calle nevada. Hacía un frío rayano en lo polar y el viento amenazaba en arrancarme de mi improvisado asidero. Tras el cristal había luz, así que llamé con insistencia pero sin respuesta. Aterido y al borde del abismo, insistí hasta que un jovenzuelo de aspecto desaliñado descorrió el vidrio y entré, como mal pude, a la estancia y al calor.

Mientras el petimetre me fustiga a preguntas insulsas y rebuscadas, yo solo puedo recordar la genealogía completa de los directivos de Milias.corp, sus empleados y en especial la del encargado del parque. Y no con las mejores intenciones, porque es obvio que en algo la ha cagado con el cableado durante mi proyección astral.

No me queda otro remedio que esperar a que resuelvan el problema del otro lado. Mientras, repito en voz alta que nunca más firmaré contratos con cláusulas engañosas.

Nunca más.

FIN

Y ya está. Para la próxima, me retaré con un “¡Oh, mundo cruel”, a ver que sale.

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