La falacia de las tres metas
Todos podemos escribir, claro está, cumpliendo la premisa de que pasamos como mínimo unos años de escolarización. Pero de ahí a irse arriba e incluir la coletilla de un libro es, como mínimo, arriesgado.
Todos podemos escribir, claro está, cumpliendo la premisa de que pasamos como mínimo unos años de escolarización. Pero de ahí a irse arriba e incluir la coletilla de un libro es, como mínimo, arriesgado.
Dice la RAE que una victoria pírrica es un triunfo militar conseguido con más daño para el vencedor que para el vencido. Pero he aprendido a disfrutar y agradecer cada victoria, por pírrica que parezca.
Artículo para la editorial Atmósfera Literaria, sobre el cual creo que vale la pena reflexionar. Y comenzar a hacer las cosas bien.
En la coedición, el autor se involucra económicamente en la transformación de su manuscrito a producto final, compartiendo gastos con el editor. De esta forma el riesgo para la editorial se reduce y se acelera el proceso de publicación del libro
Como producto, tu obra necesita ser mucho más que tus reflexiones sobre un papel: es trabajo de la editorial hacerlo llegar al mayor número de lectores cuidando de su contenido, su forma terminada y el canal de distribución y ventas más eficiente.
Aun optando por la autopublicación, un libro que pueda ser llamado por ese nombre difícilmente es un esfuerzo de una sola persona.
Para que sea un producto que aporte valor a quien lo lee, un libro pasa por muchas manos y requiere del concurso de muchos actores. Estos trabajan, como no, con mucho amor por el arte. Pero no pueden vivir simplemente del placer que les causa contemplar el producto terminado.
Los cuentos de hadas son, entonces, parte ineludible en el crecimiento infantil. De hecho, en muchas familias se repiten generación tras generación las mismas historias para dormir, y gracias a ello se han rescatado de la tradición oral muchas narraciones que son hoy íconos de la literatura infantil.
Mientras otros compañeritos de escuela se distraían dibujando o tirando bolitas de papel masticado, yo me perdía en la maraña de patrones que las chispitas grises, blancas y negras me sugerían desde el suelo. En ellos me adivinaba barcos, aviones, naves espaciales, caras amistosas o estremecedoras.
4.30 de la madrugada y la luna sonríe en su cuarto menguante, una clara noche de Diciembre. Creo que es la primera y única vez …