¿Para qué me preocupo?
¿Para que yo regreso a este sordo silencio,
si una y otra vez contra mí te escudas?
¿Qué sentido tiene formular preguntas
si sé las respuestas y son siempre duras?
¿Para que yo regreso a este sordo silencio,
si una y otra vez contra mí te escudas?
¿Qué sentido tiene formular preguntas
si sé las respuestas y son siempre duras?
Sin llegar a ofender, yo quiero decirte
de qué forma y manera a mí me gustaría
hacerte el amor, sea hoy o mañana
o el resto del tiempo que dure la dicha.
En suspiro, saliendo de la noche,
comienzas cada día con la queja.
Me acusas, con los ojos encendidos,
de haberte desatado las tormentas…
Me confieso un artista sin talento
con más ganas de hacer que lo logrado.
No le falta razón a quien me acusa
de ser pobre poeta y peor bardo…
Aunque disfrute —¡sibarita!— de lo bueno,
no es mi sino hacer ascos, aunque falte
esa gota de placer extraordinario,
ese toque de la magia que resalte…
No sé bien qué hacer conmigo justo ahora,
cuando vuelo tan aprisa, tan certero,
que las nubes se disipan a mis alas
y la vida me sonríe, sin quererlo.
No tolero la certeza de que marches,
y es por ello que te atrapo con palabras:
egoísta al gran cansancio de tus ojos,
vierto en ti todas mis cuitas y mis ansias…
Mi cansancio se rendía ante tu guardia
a pesar de que mis ojos lo ignorasen:
¿Cómo puedo navegar hacia los sueños
cuando esperas el consuelo de mi parte?
¿Cuándo es que nace el verso reluciente
y oro escancia la musita a sus esclavos?
Sin la blanca, pronto huyen las doncellas
porque solo de palabras no yantamos…
Porque igual que lo pides lo mereces
voy a hacerte un poema a mano alzada:
juro que no usaré en este las plantillas,
solo trozos de suspiros que se escapan…