En sus inicios, la palabra “Posmoderna”, acuñada por el historiador Arnold Tonybee en la década de los años 50, tenía un carácter peyorativo. El desaliento, el absurdo, la decadencia, parecían ser componentes obligatorios del mundo una vez concluida la Segunda Guerra Mundial.
Tras varias décadas de crímenes y muerte, resultaba imposible continuar creyendo en la sociedad ideal aclamada por el Modernismo. El bienestar que las nuevas tecnologías y la enajenante sociedad de consumo prometían resultó solamente accesible para unos pocos.
La Posmodernidad se alzó como la negación del modernismo del siglo XX. Pero ya desde sus inicios estas ansias de romper con la Modernidad, le otorgaron un carácter paradójico. La fractura que los posmodernos adoptaron contra el modernismo, imitaba a la vez al movimiento. Es precisamente “la ruptura” la característica esencial de la operación moderna.
¿Qué es moderno? ¿Qué no lo es?
Mares de tinta han corrido sobre estas y otras cuestiones. Antoine Compagnon advierte que el carácter contradictorio de la nueva era se inicia. Esto, desde la propia formulación del término. “¿Qué podrá ser ese después de la modernidad que designa el prefijo si la modernidad es la innovación incesante, el propio movimiento del tiempo? ¿Cómo puede decirse de un tiempo que es después del tiempo? ¿Cómo puede un presente negar su cualidad de presente?”.
La era posmoderna no trajo consigo grandes cambios en los ámbitos sociales, económicos y políticos. La transformación fundamental ocurrió, dentro de ciertos sectores culturales, en la sensibilidad. Dos hechos fundamentales permiten comprender este cambio dentro del universo artístico. Estos son la redefinición de los componentes del arte y la eliminación de las fronteras geográficas, temporales, raciales, etc. El primero de estos, la ruptura físico-formal del objeto artístico, nos servirá de punto de partida para trazar el surgimiento y el desarrollo del arte conceptual.
Era posmoderna y conceptualización del arte
Ya Marcel Duchamp se lo cuestionaba en los años 20’, con sus ready-made y la fusión de elementos plásticos y lingüísticos. Daba paso así a un arte que estuviese orientado únicamente hacia lo visual. El Dadaísmo, del que formó parte el propio Duchamp, y el Constructivismo ruso, al igual que el artista francés, dudaron de la naturaleza del arte, estableciéndose como los principales precursores del arte de las ideas. La tendencia antiartística, la negación del arte y la actitud subversiva del primero, y la integración del arte y la sociedad que planteaba el segundo, fueron los medios con los que estos movimientos se enfrentaron al esteticismo moderno.
Además, en el siglo XX, el arte se había convertido en otro producto de consumo más. La comercialización de la obras molestaba a los artistas, quienes veían como sus creaciones se convertían en objetos decorativos con los que los clientes acaudalados adornaban sus hogares.
Los formalistas, por su parte, esgrimían que al valorar una obra, podían aislarse consideraciones como las éticas y las sociales. El crítico Clement Greenberg, siguiendo los preceptos de Konrad Fiedler, defendía a artistas como Pollock. Afirmaba entonces que el significado del arte yacía en la forma.