Reversión

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“Reversión” resultó ganador del Gran Premio del Concurso Iberoamericano de Ciencia Ficción, Terror y Fantasía Terra Ignota 2004. La historia que cuenta está insertada en el libro “Pesadilla, tragedia y fantasmas neón“.

Theros tuvo la sospecha que se estaba muriendo, cómo la puede tener un hombre cegado por la explosión de una granada mercurial. Una lengua de fuego y humo recorrió su aura, derritiendo el tejido del traje protector y devorando sus pestañas —las sintió consumirse cómo una brasa agitada, tras sus párpados cerrados. El estruendo que siguió a la detonación le indicó que estaba muerto, muerto o casi; a pesar de que aquella forma de apagarse no le hacía la menor gracia.

Una lluvia de agujas llenó su cuerpo y su cabeza con un alarido y algo se quebró dentro de su pecho. La sensación de calor que antes le embargaba se trocó en humedad tibia y pegajosa, al tiempo que un torbellino de espinas arropó su conciencia.

Entonces llegó al olfato el hedor a azogue, azufre, carne y sangre. Sus manos finas y desesperadas palpaban su cuerpo, tratando de averiguar que partes faltaba. Theros siguió palpándose hasta que descubrió que lo único que le faltaba eran las manos. Tosió sangre y se permitió un momento de resuello. Abrió los ojos para comprobar si podía ver y escuchó. Al menos los sentidos no estaban afectados: el olor de su epidermis chamuscada era tan real como el sabor a herrumbre de su boca. Dolía tanto que no le importó que sus esfínteres se abrieran.

Se resignó al hecho de que aún estaba vivo.

‘Evaluación terminada. Sujeto vivo, funcionalidad al 69% y subiendo’ —cantaba el registrador médico mientras recorría su cuerpo—. ’Pérdida epitelial de 30%. Daños severos en las extremidades superiores. ¿Puedes escucharme, Theros?’

—Puedo —y su voz le sonó como la de un sapo encerrado en una campana de vidrio—. Puedo también coger a la perra de tu madre, hijo de…

Una descarga eléctrica en el encéfalo fue suficiente para que saltase cómo una pelota y comenzase a caminar cómo un poseso por la habitación blindada. Los trozos de la granada mercurial constelaban la pared cómo hormigas de plata; pero veía estrellas más reales en su cabeza cuando el tejido adherido a la carne rozaba sus muñones.

‘Frecuencia motora afectada. Te sugiero que te guardes tus alabanzas a la ciencia, quemado. Pulso agitado, señales de dolor de 157 hz. Pérdida sanguínea de 0.037 L/seg. Bien, ya puedes ir a la enfermería’.

Setenta horas más tarde Theros aún seguía resignado. Sus nuevas manos habían perdido su natural habilidad para tocar el vox, pero esas ya la recobrarían. Tenía dos semanas de analgésicos, NET y toda la comida y bebida que pudiese tragar. Luego, diecinueve días de preparación y exámenes antes de la próxima prueba.

Se acercó a la barandilla y miró hacia abajo. Era preferible vivir en los pabellones de Seguridad del Trabajo. Mejor y peor. Abajo no había tantos riesgos y la explotación de las minas de la colonia de Fobos ya no era tan peligrosa como antaño, o cómo el trabajo en el cinturón de asteroides. Claro que abajo la deuda penal se saldaba a cuentagotas, aunque estaba bien si había que pagar cosa de medio mega más o menos. En cuanto llegó a CM14, Theros usó aquella capacidad de cálculo de la que tanto se vanagloriaba. Concluyó que no iba a terminar su vida dentro del polvo de hierro de la mina.

Plata le dirigió un saludo desganado y continuó su paseo arrastrando los pies. Theros se compadecía de su desesperación. También dentro de Seguridad del Trabajo hay que usar la balanza de lo prudente y lo factible. Es mejor sufrir un poco más de tortura y salir limpio de vuelta a casa que regresar rápido hecho un lisiado. Por eso había firmado con Explosiones Peligrosas y no en Radiaciones Nocivas cómo el Plata, o cómo Perro Blanco, que se envenenaba la química en Gases Tóxicos, y que venía a su encuentro.

—Coge un humo, tirado —Theros aceptó el crunch y la llama para encenderlo—. ¿Caliente?

—Ardiendo. Peor va el cuatro.

Perro Blanco asintió exhalando el humo.

—Verde amargo, tirado. Verde y sucio. Pobre Plata, pero él pidió su medida. ¿Nueva jeta? —preguntó, señalando los bioparches en las mejillas de Theros.

—30%, pero es mejor que nuevos pulmones.

El negro de piel curtida rió del taco.

—Mientras esté aquí puedo fumar lo que reviente. Total, mañana me cambian.

—Prueba, ¿eh?

—Nuevo filtro, tú sabes. Contra la peor.

Theros reflexionó agarrándose de la barandilla con sus manos nuevas.

—Me tiraron la mercurial. El traje falló.

—No falló —Perro Blanco le palmeó la espalda—. ¡Estás vivo, jerbo mío!

—Supiste de Lombriz, me imagino.

El negro asintió.

—Mal rollo. El tirado pensaba que Derrumbes pagaba millonadas por gusto. Aguantó cuatro disparos, que ya es bastante. En lo nuestro nos recuperan enseguida, pero ahí te entierran cincuenta metros en roca. No aguantó lo suficiente —encendió su segundo crunch, tirando el primero a la cantera. Allá abajo un obrero hormiga recogió la colilla y se la coló entre los dientes—. ¿Has oído hablar de la nueva División?

—Ni soplo.

—Yo sí y no creo que te interese. Es para desesperados cómo Plata o Pedazo de Zinc y no para chicos listos cómo nosotros. Ya voy por la mitad de mi deuda penal. Luego de vuelta al asfalto con nuevos pulmones gratis y la prima de peligrosidad. Los ojos de Perro Blanco se perdieron en la nada. Entreabrió sus labios y sus dientes brillaron bajo el neón. Diecisiete putos meses nada más.

—Mándame una postal —gruñó Theros regresando a su celda. El hombre curtido quedó allí, adivinando en las volutas de humo los edificios de P. Bajo y el asfalto lleno de trabajadoras del sudor insinuándose para él.

La consola le recibió con un zumbido acceso a NET. Era una buena diversión, pero le reventaba tener que esperar los casi ocho minutos que mediaban entre orden y repuesta. Descargó los dos nuevos GRV de la temporada y la emisión de Entretenidos Consumidores de moda en Ofidia y se entretuvo un rato jugando y teniendo sexo virtual. Luego pidió una grabación simestim de un canoísta suramericano y experimentó con sims de animales la gélida alegría de volar del águila sobre la montaña, el viento en las crines del potro, el placer animal del león apareándose.

Durmió toda la noche y despertó con un hambre voraz. Después del desayuno se sentó con una rueda de Espumosas en el vox y practicó algunas imbricaciones sencillas para calentar los tendones. Las manos nuevas eran cómo casi todo lo reimplantado: torpes. Después de la cuarta Espumosa dejó de interesarse por el dolor y se dejó arrastrar por los sonidos y las luces.

Su mente se sumió en el deja-vú y se sintió otra vez en el tecnopub haciendo Arte Fatuo. Lo único que faltaba eran las sombras de los danzantes contra sus explosiones de notas y el aire pesado de transpiración, humo y alcohol. Pero ahí estaba la música, sólo para él. El equipo era viejo y traía pocos efectos para quién está acostumbrado al megavox y tuvo que luchar mucho para no sentir la música vacía. Ahora casi prefería trabajar en bruto. Era cómo correr con pesos en los pies.

Dejó de tocar y miró la pila de discos láser amontonada sobre la máquina. Había buen material allí: sólo un megavox y aquellas tonadas serían sinfonías. Los descansos le daban tiempo para acceder a la NET y ponerse al día: su material era comparable o mejor que el que estaba circulando. Si no fuese por la suspensión de su licencia habría dejado filtrar algo para ir preparando su regreso. Pero ni de la colonia saldría la emisión hasta que no pagase su deuda penal.

Theros se desnudó, acostándose en el suelo. Distendió sus músculos. El vox reprodujo su última sesión mientras él corregía con la voz algunas notas fuera de síncopa y pensaba.

“Setenta y tres megas de deuda penal era mucho. Veintisiete disparos más, cómo mínimo. Cuatro años y tres meses. Todo por ese maldito quemado.”

Apagó el vox para ducharse y cumplir con el examen físico de rutina que garantizaba que aún era un cobayo utilizable. La Intranet le trajo noticias de la colonia sin que él las pidiese; pero así eran las reglas. Luego le repitieron que seguía bajo multa penal por asesinato múltiple, que el estado de su deuda había disminuido un poquito y que las cláusulas del contrato de peligrosidad intencionada seguían vigentes. Theros bajó todo aquel bocado con una Espumosa y se cagó en la memoria de Fractal, esperando que el Infierno donde se había ido cuando los legales le reventaron fuese más duro que CM14.

Hizo la ronda pero no encontró a Perro Blanco. Luego recordó que el negro dientudo debía estar ahora boqueando gases venenosos tras el prototipo del momento, quemándose las narices o muerto, si le había llegado. En el patio de juegos vio a Sonar y decidió que ese le serviría igual.

—Tibio, Sonar. ¿Cómo vuelas?

El rubio continuó enganchado a su holojuego como si nada. Theros insistió, pero no tuvo suerte.

—Ni pinches, tirado —le advirtió Kabre—. El último tiro le partió el tímpano y anda de repuesto. Hasta le comieron un trozo de seso los muy jerbos de la enfermería. Lloró sangre por todos los huecos.

—La pega ultrasónica es un verde. Té pago una Espuma.

Kabre no era un tirado, aunque también tenía multa. Según un soplo provenía directo de las clínicas Última Esperanza, y tenía onda de ser buen paramédico. Sólo que le pasó cómo a casi todos en la colonia. Tropezó.

Theros pegó el chip al dispensador y le pasó una Espumosa a su colega. Bebieron todo el caño en silencio, recostados contra la máquina.

—Háblame de la nueva pega… la División que abrirán.

—Es un plomo y un oro, Theros.

—Perro Blanco lo tomó por verde-negro.

—Tiene lo suyo. Le pusieron Riesgo Biológico. Ondas de trabajos en ingravidez y colonias nuevas con riesgos de enfermedades, autógenos serios, cambios de genoma y toda esa basura. Eso es malo. Puedes quedar frío, pero si quedas caliente serás un puñetero jerbo para siempre, porque trabajarán experimental y sin cura. ¿Viste?

—Le eché un ojo.

—Entonces sabes lo que tiene de oro. Estás afuera en seis meses, tope un año. Condiciones de barba y joya, lejos hasta de CM14 y una prima pasada de gorda.

Theros frunció el ceño y echó el caño al reciclador.

—Tanto bueno asusta. ¿Cuantos han firmado?

—Dos. Uno se arrepintió tarde y saltó anoche por la barandilla. ¿No viste?

—Estaba durmiendo. O quizás oyendo vox. ¿Quién?

—Araña. Cogió miedo con lo que se dice sobre qué Riesgo Biológico es una fachada de EP para probar armas, o de Medicina para ensayar burradas.

—De que hay gris lo hay, pero no fragua con EP ni Medicina. EP tiene todos los básicos para jugar al mutante. Los otros tienen las clínicas Última Esperanza.

—Bien que sí. Ahí llueven quemados, aplastados y hasta aburridos que se dejan trastear por la prima. ¡Si lo sabré yo! Además, vi el equipo que va a la nueva división y te garantizo que está aumentado a tope. Debe ser un proyecto grande de los inde o de una alianza, pero es una pasta.

—Tiene su verde. En seis meses hay seis disparos, y siendo el riesgo tan grande…

—¿Cómo? Tirado, no has entendido bien. Se firma por un disparo y listo. Eso es lo guay.

Theros pestañeó varias veces.

—¿Un sólo golpe y a casa?

—Pero no te hagas ilusiones. Vi el contrato y es venderle el alma al diablo. Hasta bloqueos mentales te clavan.

—Tiene sus ventajas, eso.

—Supongo. Entro de turno ahora. Suerte.

Theros regresó a su celda para quedarse allí hasta la mañana siguiente, dando vueltas por dentro de su cabeza. Cumplida la deuda, Consumo tendría que reactivar su licencia. Examinó con detenimiento las cláusulas del contrato desde la consola. La prima final le bastaría para reinstalarse, comprar un vox de modelo e ir tirando hasta empezar a vender. Theros echó mano a su poder de cálculo, sopesó los beneficios y riesgos. Firmó, pensando que no iba a extrañar las mercuriales.

********

‘Pues sí, Perro, resulta que yo salí primero. Riesgo Biológico es una onda azul completa: no creas lo que se dice, que yo entré y salí sin espina. En el contrato ponen un mar de cláusulas que meten susto, pero supongo que lo hacen para cubrirse si algo sale mal. Pura rutina. No puedo contarte lo que pasó por culpa del sello mental (ese tampoco molesta); pero te diré que me expusieron a un par de mutágenos selectivos el primer mes, dormí en una cámara de entropía el segundo y los otros cuatro viviendo la buena vida en la colonia orbital. Tibio y cristal limpio. Me palmearon el hombro, me dieron un mazo de dermos de tratamiento, una prima gorda y de vuelta a casa…’

‘Me enteré por tu mensaje anterior que dicen en la colonia que estoy quemado: dale una patada en el culo a Kabre de mi parte y dile que quemada estaba su madre. Me siento cómo nunca, renovaron mi licencia de artista, compré un vox de huevos y mis manos van de maravilla. Estoy trabajando con mis nuevos efectos y voy a todo tren. Ya sabes, no huelas mucha química por allá…’

‘Ni puedes imaginarte, Perro Blanco, lo genial que me va. Sí, Kabrek tenía razón cuando dijo que me quedaron efectos secundarios. ¡Pero qué efectos, tirado! Los mutágenos que me colgaron pinchaban un gen, parece que me desarrollo el oído en toda la piel, cómo las arañas o los peces. Ni me imagino para qué cuernos la división quiere escalar eso, ni qué tiene que ver con Seguridad del Trabajo, y tampoco me importa un bledo. Activación de algún receptor de vibraciones degenerado o algo así. Sólo sé que lo descubrí en cuanto dejé de chutarme con los dermos que me dieron.

Para ti resultaría molesto sentir todo lo que se mueva o haga ruido a diez metros y que sea mayor que una hormiga. Pero si alguna vez tienes la oportunidad, métete en un vox de última cómo el mío y pruébalo. Yo pensaba que un buen golpe de novena era lo máximo hasta que empecé a escuchar no desde dos ángulos cómo con las orejas, sino desde todas partes y al mismo tiempo. Me paso horas sobre el teclado, desnudo y lamiendo cada nota, vibrando con las resonancias, sintiendo el infrasonido azotándome la espalda y el ultra apretándome los huevos.

Sigo encerrado en mi apartamento, que mandé a blindar con planchas sónicas —me he quedado casi en cero por causa de ellas, ¡puta la madre que las puso tan caras!— para que nada me distraiga; y estoy gastando mis discos láser más rápido que lo que puedo comprármelos así que he empezado a borrar algunas de las cosas que hice allá en CM14. No te apenes, que sólo era basura comparado con lo que tengo ahora entre manos. Dejaré de usar los dermos por completo para entrenar mejor mi segundo oído antes de grabar y sacar algo al asfalto. Muy pronto oirás noticias mías…’

‘Mi oído interno se está amplificando. Las placas sónicas ya no son suficientes para aislarme de los ruidos de P. Bajo, pero ni te imaginas lo fascinante que es para mí. Estoy comenzando a percibir frecuencias inalcanzables así que tengo que desconectar la consola mientras trabajo —lo siento si alguno de tus mensajes no llegó. La música va bien. He enviado algunos esbozos a Consumo y espero respuesta, pero no paro ni un segundo.

Tengo casi montado mi concierto de regreso: una joya, aunque gasté mi última plata en filtros infrarrojos y UV para los holovox. Voy a hacer temblar, gritar, patalear y bailar a todos los quemados de allá afuera. Qué pena que no podrás verlo, enterrado en los gases de CM14. ¡Ánimo! Les voy a dar todo lo que un ser humano espera de la música.

Este segundo oído me ha cambiado, enseñándome a sentir al mundo por su eco y no por su reflejo. Antes no podría haber creído cuanto ruido hay alrededor de un consumidor, o cuanta música se saca si tienes orejas. Del asfalto no tengo mucho que contarte: desde que dejé los dermos no me gusta salir. Demasiada algarabía. Hasta que no le coja la vuelta al oído interno los ruidos fuertes me dejan atontado. Prefiero seguir trabajando. Salúdame a todos y diles que me río de ellos. De ti también…’

‘Los jerbos de Consumo rechazaron el material. Ni siquiera se dignaron a darme una explicación. Si vieras toda la basura que hay regada en el asfalto te sorprenderías tú también. ¡Que se fundan! Contacté una vieja voz de una distribuidora inde y me pidieron material. Tengo que empezar desde abajo otra vez, pero en cuanto la masa me escuche va a alucinar por mí. ¡Déjalos, deja que vengan entonces esos ignorantes! Los voy a apretar hasta que me bañen en crédito, hasta que me paguen cómo nunca le han pagado a una estrella vox…’

‘Tengo líos para descansar. El ruido en mi apartamento es infernal por el día, pero de noche va peor. Los vecinos me odian porque delaté sus mascotas a EP. Pero la culpa la tienen ellos: los gatos, perros, ratas y marmotas se pasaban la puñetera madrugada de un lado a otro. Ahora se quieren vengar y son ellos los que no me dejan dormir. Me he quejado al dueño, pero él agita las manos y me grita en un susurro que me esté tranquilo y acabe de pagar la renta.

Ofidia va a plomo en estos días. Si no fuese por el megavox extrañaría CM14 y la división de Explosiones Peligrosas. La calle me es insoportable, así que me paso el día bebiendo y componiendo. Imbricar luces y sonidos es una de las pocas cosas que me mantienen vivo. Pero también te tengo una buena noticia. Cuando salgas ven por casa. Tengo un regalo para ti…’

‘Estoy hecho un jerbo. La inde me devolvió los discos con una palabrota escrita en el sobre. El contacto no responde a mis llamadas. Traté de trabajar en un tecnopub de mala muerte, pero salí vomitando en cuanto me vi rodeado de todos esos tirados que vociferaban al unísono. La algarabía me persigue donde quiera que voy y no me queda crédito para comprar más placas acústicas. Pero lo peor de todo es que hace siglos que no duermo. Lo he probado todo: kalium, neovutex. Todo.

Deben haberme trasteado el megavox porque cada vez que echo una nota el sonido me quema cómo si fuese una brasa. Me tienen hecha la guerra, los de aquí al lado. Ruedan muebles, ponen la panopantalla a tope, gritan, dejan licuadoras conectadas toda la noche, saltan. Han clavado dolor en mi cabeza y en mis huesos. No dejes de venir a verme, Perro. Tengo ganas de que alguien, cualquiera, oiga mi música…’

‘He regresado a los dermos. Sigo igual. Habla con los de Riesgo Biológico. Habla con Kabrek. Dile a alguien que me ayude. No resisto el sonido de mi propia voz. Puse mis discos en la NET y Consumo me los sacó y retiró mi licencia. Dicen que por fraude, sé que es por envidia. El ruido no para… nunca para. No firmes con Riesgo. No dejes que ninguno firme con Riesgo. No tengo dónde ir. No puedo hablar ni conmigo mismo, pero quiero hablar contigo…’

‘Dile a Sonar, si no se ha muerto, que ya sé cómo duele reventarse los tímpanos. Usé un alambre. Ahora es peor. Mi segundo oído se fortaleció y se expande. Vivo en un temblor. Toda la piel me vibra: me vibra el pecho, me vibran las manos, los hombros, el rostro, la cabeza, el cerebro, los huesos. No puedo ya tenerme en pie. No puedo oír voces. Sólo ruidos. Voy en picada…’

********

—Buen amanecer.

El conserje miró de hito en hito al extraño. En apariencia no llevaba armas, pero por las dudas puso la mano derecha bajo el mostrador, junto a la escopeta de impactos.

—Buen amanecer. ¿Cuarto?

El negro de piel curtida y grelos sonrió. Su dentadura era rara, pero el encargado estaba habituado a biocirugías aún más exóticas.

—De visita. Me soplaron que mora un Theros aquí. Colega de tiempo azul.

—Moraba —sonrió el gordo relajándose y cruzando los dedos tras la nuca—. Se enfrió.

El extraño ni se inmutó.

—¿Crédito empotrado? ¿O tiro de sangre?

—No me debía ni crédito ni sangre. Era un pobre colega de la colonia.

—Deuda penal, ¿eh? Ya me parecía que el tal Theros era un quemado. ¿Acerías o pozos de ácido?

—Marte. Seguridad del Trabajo.

—Verde negro entonces. Tú no luces pinchado cómo él.

—Paciencia y suerte. ¿Cómo se enfrió?

—Quebró. Estaba medio loco cuando entró, se quebró y salió en una bolsa. Estaba muy asustado por unas voces y ruidos que decía estaban en su cabeza. Lo encontraron por el olor; tirado arriba de su chisme de música y rodeado de discos rotos. Un colapso o algo así.

Perro Blanco se pasó los dedos por la barba crecida.

—¿Sus cosas?

—Tenía crédito empotrado. Era un molusco: vendimos sus trastos para pagar el alquiler y la cuenta de mercadería atrasada.

—Me dijo que tendría algo para mí. Un regalo o algo.

El conserje tejió arañas sobre la consola y asintió.

—Dejó en consigna un paquete. ¿Nombre?

—Perro Blanco. Así me conoció.

El conserje le alargó un sobre estrecho y el extraño le tendió una propina gorda.

—¿Un humo? —ofreció el gordo extendiéndole una cajetilla arrugada.

—Gracias, ya no pincho —sonrió Perro Blanco, dando vueltas al paquete—. Buen amanecer.

—Buen amanecer. Si quieres cueva regresa.

—Adiós.

El negro salió a la noche y respiró el aire frío de Ofidia. La ciudad no iba a plomo: iba a todo gas, más divertida. Más luces y más trabajadoras del sudor. Más crédito y más sangre. Perro Blanco sonrió tensando los músculos y abrió el sobre.

Era un disco láser corriente. En la cubierta reconoció una escritura apretada y menuda que leyó bajo el neón de un anuncio de desodorante intradérmico:

‘Ahí te va, condenado negro dientón. Tú que te quejabas de nunca haberme oído; te regalo una pieza. No te preocupes por los derechos: esta es la única copia de la Balada de Perro Blanco, mi colega de CM14. Theros.’

Bajo la gran valla perfumada había otra más pequeña de una modesta tienda de empeños 24h. Dentro había de todo o casi de todo: una estantería con armas cortas y largas, protecciones personales, lavaplatos, recicladores, perchas con ropa buena y ropa mala, algunas consolas medio arañadas, panopantallas, joyas fosforescentes, tatuajes temporales. Había hasta un mastín de color nieve con traílla y correa, que se deshizo en gemidos y hociqueos de alegría por su llegada.

Una mujer feúcha y delgada asomó su cabeza gris tras un estante y le miró con recelo. Cómo miran casi todos en P. Bajo a un negro de siete pies con impermeable.

—Buen amanecer. ¿Vende o compra?

—Me preguntaba si tendrías por aquí un vox, preciosa.

La tendera salió de su escondrijo sonriendo y agitando de un lado a otro sus largos pendientes.

—Creo que el señor anda suertudo. Tengo un pincha láser de lo último, con filtros de cuatro tonalidades y sesenta y dos pistas. Se ve que el señor conoce así que se dará cuenta que…

—Freno, preciosa. Sólo quiero pinchar esto a ver si se mueven los huesos. Ni sé ni compro. Claro que hay crédito por eso. Además, ando sin artillería y convendría tirarme un par de cosas de allí, que de eso sí sé.

El rostro apesadumbrado de la tendera se despejó.

—Le sugiero el modelo Pantera modificado con cargadores de dieciocho disparos, fuego semiautomático y mira infrarroja. Su poder de impacto y perforación es de…

—Alto. Primero el disco.

La mujer se encogió de hombros y destapó un vox arrinconado entre un armario y una vespa con la pintura maltratada. Lo energizó y puso el disco en lectura. Perro Blanco quedó en suspenso con las manos en los bolsillos.

Afuera Ofidia era una fiesta de luces de neón y trabajadoras y risas. Un holo de Transporte llenaba el cielo con una propaganda del último tren bala transcontinental. Un turbocóptero que cruzó el cielo hizo danzar el polvo de la calle con sus chorros de aire caliente. El perro atado a la entrada soltó un gruñido largo y un bufido corto. Un grupo de túnicas violetas pasó frente a la vidriería cantando un salmo y a lo lejos sonó un disparo, ululó una sirena legal. El indicador de progreso avanzaba, pero aún no había música.

El mastín se echó boca arriba y la tendera cambió el peso de su cuerpo al otro pie. Un caño vacio de Espumosa se estrelló contra el asfalto, se abrió la puerta de un pub y el bullicio interior salió de paseo a la calle por un momento. El indicador avanzaba y marcaba un minuto, medio minutos, dos minutos. El perro se incorporó y movió las orejas, ladeando la cabeza.

—¿No se habrá roto el vox?

—Más parece que su disco estaba vacío —la tendera se inclinó sobre el tablero y chequeó los niveles. El perro ladró corto y sentó en sus cuartos traseros—. Raro. Parece que se estropeó. Es una lástima que no tengamos otro donde pinchar, porque el disco si tiene algo.

El hombre se rascó el mentón.

—Suba el volumen. Tal vez esté grabado muy bajo.

La mujer llevó al máximo el indicador, y el mastín comenzó a aullar con melancolía. Perro Blanco le miró sorprendido mientras el can levantaba el hocico al techo y se desgañitaba, ora mirando al tubo de neón, ora a la luna tras la vidriera: redonda, grande, limpia de nubes.

Rió por lo bajo.

“Pobre Theros. No en balde nadie entendía tu música. Lástima. Hubieses sido un gran publicista de comida para animales, quemado”.

—Ya es suficiente, apáguelo. Vamos a ver mi artillería.

Eligió una subametralladora con mira láser, un par de revólveres con carril y una antibalística. Tras algo de regateo logró sacarle a la feúcha algo de munición explosiva, pagó y fue a la puerta. El perro aun aullaba triste, con la nariz entre las patas.

—¿También se vende?

—Cariño, por un buen crédito todo va —sonrió la tendera. Le faltaban dos molares y un incisivo. Perro Blanco repitió el gesto, descubriendo su dentadura super desarrollada.

—Me lo quedo. Tenemos mucho en común, él y yo. Hasta parece que le gusto.

—Se olvida de su disco.

—Bórrelo y véndalo. O tírelo. A mí no me sirve para nada.

El mastín movió la cola asintiendo y se dedicó a llenar de saliva y lengüetazos la mano de su nuevo amo.


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