Igual pierde el circo

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¡Cuánta belleza, que gracia! Los trapecistas hilvanan su número surcando el aire, con una habilidad que deja pasmados a los espectadores. Aunque el circo es espectacular en su conjunto, todos han venido a disfrutar el arte de esta pareja etérea, ágil hasta el asombro.

¿Qué importa si la red de seguridad no está casi a ras del suelo, sino a medio camino en las columnas del trapecio? Luego del primer minuto, nadie recuerda que está allí. Nadie concibe la posibilidad que los mejores trapecistas del mundo, ganadores de cuanto evento circense existe, caigan.

Pero Payaso no sonríe. Él odia a los trapecistas que le han robado a su público, que han usurpado su audiencia. Recuerda el tiempo pasado en que era quien ganaba los premios y destila odio por todos los poros. Aunque su boca lleva una carcajada roja, sus labios están apretados en una mueca resuelta.

Cómo todos miran alelados a lo alto, nadie ve cuando se aproxima a las amarras cuchillo en mano. Solo necesita dos cortes rápidos, consecutivos: uno para zafar la barra, otro para que la red caiga. Los trapecistas ya no serán tan gráciles gritando de terror, volando hacia la muerte.

Uno, susurra Payaso y corta. A medio camino entre las plataformas, el hombre siente con sorpresa que pierde el agarre de las piernas. La mujer, ya en el aire, choca contra el cuerpo que cae y se abraza a él.

¡Dos!, exclama triunfal el bufón junto con el tajo. La red cae bajo los trapecistas, pero algo raro pasa. Al llegar la malla al suelo, el cuchillo salta involuntario de la mano de Payaso y se enreda en los cordajes. Los acróbatas, libres de su unión magnética a la gravedad, atraviesan la carpa cayendo hacia el firmamento.

Publicado en la Revista Digital miNatura 172

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