No sólo la homeopatía rima con porquería. Otras cosas también. Y nos las han hecho tragar de forma miserable, por malas decisiones que no se han querido echar atrás.
A ver, liberales del Perico, ¿no han oído el dicho ese que errar es humano, pero rectificar de sabios? Claro, que cuando has volcado millones sobre algo que ha sido aprobado y recontra aprobado por comisiones de super científicos —vacas sagradas en el argot—, tu prestigio está en juego si te equivocas. Ese está por encima de las personas a las que, la mayoría de las veces, has engañado sin quererlo.
Pero de buenas intenciones está empedrado el camino del infierno, ¿eh? Cuando nos tiramos cuesta abajo, ojalá vayamos bien, porque el carrito no tiene frenos. Ay también de quien ose pararse en medio y gritarte que no es por ahí, ¡que te vas a escachar, carajo!
O salta a tu carrito, o se le pasa por encima. Total, ¿qué significa la vida de ese valiente frente a los millones, los empleos creados, los clientes “satisfechos” y, sobretodo y por encima, tu prestigio?
Ve y díselo a ese chino que plantó cara a los tanques, armado de sus bolsitas de compra. Anda y ve, su eminencia.
La fruta más asquerosa del mundo
¿Se acuerdan de la furia del noni? Todavía quedan por ahí muchos árboles plantados, ensuciando las aceras y apestando a la tropa. Porque la Morinda citrifolia se le conoce también como la fruta del diablo, y no es por gusto.
Resulta ser que, durante bastante tiempo ya (década del 90 del siglo pasado), en los EEUU se comercializa con tremendo éxito el jugo de la fruta del noni como suplemento nutricional y casi la cura para cualquier cosa. La empresa que lo fabrica tiene a dos peces gordos como garantes: un prestigioso científico que trabajaba en Hawai y un médico que había sido consultor del gobierno en temas de salud.
Ventas millonarias, que conste.
Así que, como tantas miradas no pueden estar equivocadas, allá vamos a sembrar la planta en masa y hacer juguito de noni también, que dicen que sirve para el cáncer. No hay pruebas científicas concluyentes, pero como los curanderos de varias islas del Pacífico lo emplean para casi todo desde tiempos ancestrales… se supone que funcione.
Y si lo venden en los EEUU, debe ser que es un batazo, ¿verdad?
Ah, pues no.
Estas cosas pasan cuando los decisores no tienen en cuenta el sesgo de la supervivencia. En palabras más claras:
“La generalización a partir de observaciones sesgadas distorsiona la percepción de la realidad”.
O sea, que al tomar decisiones sin todos los datos en la mano, nos equivocamos de a calle y tres cuartos. Claro, que si los datos no están disponibles, nos equivocamos sin querer. Por lógica, en cuanto hayan evidencias de que vamos mal, pues volvemos a tomar la decisión y damos marcha atrás, ¿verdad?
No, que va. Reconocer que estamos equivocados, cuando la evidencia nos lo grita, no es una opción. ¿Nuestro prestigio? ¡Es más importante!
Jamás, jamás mi brazo a torcer.
El bulo del noni
Pues resulta ser que a cierto investigador le dieron como tarea, en un centro de cuyo nombre no quiero acordarme, que hiciera una revisión bibliográfica profunda sobre las propiedades de las hojas del noni. A ver si podíamos usarlas también, ya que solo estábamos aprovechando el fruto asqueroso.
Lo primero que le saltó la alarma a ese investigador fue el basamento de toda la historia del noni como anticancerígeno. Porque el artículo de marras había sido publicado en una oscura revista de botánica de una universidad hawaiana. Tan poco relevante, que muchas de las publicaciones cubanas tenían más factor de impacto que esa cosa.
Luego, se informó de la procedencia de esos dos gigantes tras la compañía que vendía juguito de noni. Ambos super millonarios, claro. Uno era el autor del mentado artículo. Al otro, el ex consultor de salud del gobierno, le habían retirado la licencia para ejercer por varias demandas de acoso sexual a sus pacientes.
¿Raro, eh? Bueno, pues el investigador no se dejó provocar por lo turbio que esto parecía y siguió buscando. Él tenía, es verdad, cierto nivel de Internet que antes no había y la visión de no concentrarse en lo positivo de la información disponible, sino en tratar de ver todo el bosque. Y averiguar sobre las hojas, que era su objetivo.
Se topa entonces con un artículo en una revista de gran prestigio que afirma que el noni sí se usa en el Pacífico, claro. Cualquier cosa menos el fruto y nunca, NUNCA, de forma oral. Siempre tópica. Y sí tiene un montón de usos, pero nunca se toma.
Es más, el fruto solo se consume en condiciones de hambruna —léase que ni los mismos aborígenes se tragan esa cosa asquerosa.
Así pues, en cierto congreso de farmacia nuestro querido investigador, de muy buena fe, expone sus resultados, incluyendo el gran bulo que es el juguito de noni —hepatotóxico, por demás.
Lo malo de tirar una piedra en un estanque
Aunque estaba anunciada en la programación, los representantes de cierto centro que hacía en Cuba el juguito de noni no fueron a escuchar lo que ese cierto investigador tenía que decir. Pero otros asistentes les soltaron la bomba, así que a la hora de almuerzo encararon al diminuto investigador que hablaba mal de su producto estrella.
Con la mejor de las disposiciones, el investigador de marras puso a la disposición de los productores toda la información que había recopilado y sus conclusiones, pese a la mala leche con que se le acercaron estas personas. Él no estaba criticando una decisión tomada sin todos los datos.
Solo estaba aportando la información faltante… que cualquier farmacéutico hubiese podido recopilar. Si se hubiese tomado la molestia de hacer una cosita básica que se enseña en la carrera de Ciencias Farmacéuticas, que se llama Fármaco Vigilancia. Eso te mantiene arriba de la bola de lo que se sabe sobre tu producto. Pero no se había hecho en este caso.
Si se hizo algo o no sobre el tema, no se sabe. Lo que sí se sabe es que corría el tiempo de los disponibles. Pueden imaginar el resto de la historia.
El triunfo de los disponibles
Hace ni más ni menos que diez añejos, vino el proceso de los disponibles. Con mayor o menor justicia —porque hubo cacería de brujas también—, se sacaron de las empresas estatales un cuarto de millón de trabajadores. La mayoría de estos, profesionales.
Sí, te daban opciones. Siempre humillantes y mal pagadas: los trabajos que nadie quería rebajarse a hacer. Si no los aceptabas por una cuestión de orgullo, pues a la puta calle y te las arreglas como puedas.
Y vaya si se las arreglaron. Forzados por las circunstancias, estos desclasados se erigieron como trabajadores por cuenta propia. Edificaron negocios de la nada y le demostraron a las empresas estatales que la pequeña y mediana empresa es más rentable y eficiente que las estructuras centralizadas.
Tanto así, que muchos trabajadores estatales sacaron cuentas ellos solitos, y sin que nadie los botara a la puta calle se pasaron al sector particular. Que, aunque no se hiciera rico, por lo menos permitía vivir decentemente y sin amo.
Diez años más tarde, sin pedir una disculpa sobre el tema de los disponibles, el Estado no da su brazo a torcer y prepara medidas draconianas para fortalecer el sector estatal. Pagarán más y subirán los precios para buscar rentabilidad y competencia. Esas mismas características en las que los autónomos, los cuentapropistas, les dan tubo y raya.
Dentro de esas medidas, no hay ninguna que fortalezca o proteja a las Pymes. O sea, pelea de león a mono y con el mono amarrado. Bien lo dijo nuestro ilustre vice primer ministro Alejandro Gil Fernández: “En Cuba no se va a poder vivir sin trabajar”.
Para el Estado, eso le faltó decir, pero está implícito.
Tendremos que abandonar los sueños de prosperidad y trabajo honesto por nuestra cuenta, sin jefes, decisores u organismos superiores que pongan el pie en el cuello y te boten cuando les venga en gana.
Habrá que regresar al redil, del que ellos mismos nos estamparon la patá en dónde se sabe, y tomar los trabajos que a muchos ya se nos olvidaron como hacer.
O quizás persistamos y, como ellos, no demos jamás nuestro brazo a torcer.