Se acuerdan del efecto Dunning- Kruger? Para los que no, es cuando alguien con escaso conocimiento de una materia se cree que se las sabe todas (y es imposible sacarle de su error).
Por muy tentado que estoy de empezar a hilvanar ejemplos del tema, no es de eso de lo que voy a hablar, sino de su opuesto. Ya lo dijo el inmortal bardo: El necio se cree sabio, pero el sabio sabe que es necio.
El Síndrome del Impostor
Si hablamos de sesgos cognitivos, este es uno que por desgracia no abunda… pero bien que puede poner en aprietos al más pinto de la paloma.
Lo describieron hace no tanto —y lo sé porque tenía yo cinco añitos. Es probable que al mismo tiempo estaba entrando por primera vez a la Escuela Primaria Miguel Figueroa, pleno corazón del Canal del Cerro, pero eso es para otra historia— las psicólogas Pauline Clance y Suzanne Imes en 1978.
Básicamente, ellas llamaron Síndrome del impostor al conjunto de emociones que incluyen la culpa por los logros alcanzados, el miedo a la evaluación, renegar del éxito propio y, generalizando, los sentimientos de incapacidad en el sector profesional y académico.
Es el cubanito de mierda dictando una conferencia en inglés en el Imperial College, al que le quiebra la voz en el estrado. Ese mismo, que va temblando ante la perspectiva de que, en algún momento, del atento público va a salir Nelson Muntz para gritarle Ha-ha!
Lo curioso es que este sesgo se da a menudo en aquellos que tienen capacidades más que suficientes (y demostrables) para desempeñarse en esa área de acción determinada. Nosotros, los simples mortales, lo llamamos falsa modestia.
Pero el que se siente impostor, sobrándole pericia y experiencia en su área, sufre mucho y se vuelve su peor crítico.
(Sí, periodistas de la televisión, por mucho que les joda no voy a decir “experticia”. Eso es una aberración del expertise y no lo digo porque no me sale de la caja de bolas).
¿Qué efectos causa el Síndrome del Impostor?
Lo primero, una inseguridad enorme. Estos grandes sabios a menudo dudan de sus capacidades, les preocupa no estar a la altura de tareas que pueden hacer con la mano izquierda y los ojos vendados y abandonan antes de empezar. No porque no puedan, sino porque temen no ser capaces y que el resto descubra que son un “fraude”.
Bueno, cualquiera puede en algún momento sentirse inferior a lo que sabe que no es. Se puede durar antes de apabullar al interlocutor con todas las estadísticas del juego de ayer entre Alazanes y Vegueros.
Pero algunos savant que ni Chuck Norris quedan atrapados en el lazo de las inseguridades, y se sienten tan mal que no logran avanzar en sus carreras ni disfrutar de sus éxitos.
Otro síntoma claro del Síndrome del impostor es el perfeccionismo rayano en TOC. Así que si te da ansiedad de que todos tus billetes en tu cartera están orientados con los presidentes mirando en la misma dirección, como dice Van van: “revísate, revísate”.
Los superdotados que sufren de este mal no deben aflijirse. Aunque el nombrecito de síndrome siempre da repelús, no se trata de una verdadera enfermedad, sino de una actitud mental hacia uno mismo.
Puede desentrenarse.
¿Cómo superar el Síndrome del Impostor?
(Aguántame ahí el Planchao)
1. Maneja tus logros y capacidades de forma racional
No te pienses que eres tan genial como para mentirle a todo el mundo, todo el tiempo. Si los demás piensan en masa que eres un bárbaro con el hacha, es muy probable que lo seas.
Aquí papelito jabla lengua: si has cumplido todos los requerimientos en el pasado que te avalan para hacer algo, confía en que puedes hacerlo (y me vas a decir que hay muchos ñames con título, pero esos no se cuestionan sus capacidades. Meten la pata y tan felices).
2. Analiza los hechos y no tus emociones
Aunque tengas miedo de realizar una tarea, evalúa de forma objetiva cuán difícil o cuánto tiempo vas a tardar en “matar el gallo” de acuerdo a lo que sabes.
Esto te focaliza y te pone en contacto con tus habilidades y no con tus emociones. Para hacer un informe técnico se requiere tanto tiempo y papel: lo que opine el jefe de él no interviene en el proceso de preparación.
3. Recuerda cómo has llegado hasta aquí
El siguiente proyecto o la carrera que viene a continuación no son el primero que haces en tu vida. Lo normal es que sean otra raya más pal tigre.
Si sale mal, pues normal. Ya en peores te has visto, así que tienes seguro tres o cuatro alternativas para que todo termine bien.
4. Equivocarse es humano y rectificar de sabio
¿Y si sale muy, muy mal? Si ninguna vía de escape que conoces salva la situación, pues ya encontrarás otra.
Casi siempre la vida es más rica y sabrás hacer una mejor limonada con el nuevo limón. Al fin y al cabo, removiendo gónadas se domina el excelso arte de la emasculación.
5. Externaliza tus temores
Una de las mejores primeras líneas de conferencia es una variación de:
“Ustedes se estarán preguntando ¿quién es este anormal que viene a quererme enseñar de eso a mí? Pues yo también me lo pregunto”.
Cuando haces partícipe a los demás de tu temor al fracaso, generas un nivel de empatía tal que, lejos de juzgarte, todos empezarán a recordar los momentos en que ellos mismos han dudado de sus capacidades.
6. Si crees que puedes mejorar, hazlo
Si después de un análisis profundo e imparcial aún te sientes un impostor, es que hay un margen para aprender y mejorar. Entonces, mangas de camisa y hazlo. De la nueva experiencia sale nuevo conocimiento. Así que dura Magaly y alante Ifá, que los niños no tienen miedo.
Y tú, querido lector, ¿padeces de Síndrome del impostor? Si has reconocido alguno de sus síntomas, cuéntanos en un comentario. Reconocer es el primer paso para cambiar.
También recuerda: si ya has leído hasta aquí, un “me gusta”, un “compartir” o un rebloguear no cuestan… pero estimulan.