Así pues, sigamos desarmando esos presupuestos falsos o falacias que nos cuelan en los debates para escapar cuando el argumento veraz falta.
Falacia del costo hundido
En ocasiones se ha invertido tanto tiempo, dinero y esfuerzo en un cometido que tratamos de llevarlo hasta el final, incluso cuando estamos convencidos de que será imposible que funcione. No es una falacia continuar algo que consideramos importante, pero sí lo es cuando no tenemos en cuenta que estamos errados y nos empeñamos en hacerlo a cualquier costo.
Relaciones, negocios, proyectos, matrimonios… una vez que los sabemos fracasados e insistimos en mantenerlos solo porque es lo cómodo o el empeño previo que pusimos en ellos, es una falacia lógica.
La falacia circular (“petitio principii”)
El que argumenta solo repite lo que ya asumió de antemano, sin llegar a ninguna conclusión lógica en el debate. También llamados petición de principio, lo que ha de ser probado se incorpora de forma implícita o explícita en la premisa.
Por ejemplo, decir que todo lo que está escrito en la Biblia es cierto porque lo dice la misma Biblia es un caso de falacia circular.
Falacia de generalización apresurada
Cuando hacemos una declaración general sin evidencia suficiente que la respalde, es una generalización apresurada. El que debate tiene tanta urgencia de llegar a su objetivo final que apresura la lógica del proceso, haciendo suposiciones ilógicas, basándose en estereotipos o simplemente exagerando.
La generalización forma parte del lenguaje y es natural a la comunicación, pero falla a los ojos de la lógica. No “todos los hombres son iguales” ni “todos los latinos son vagos y/o delincuentes”. Para no caer en ellas, existen calificadores como “a veces”, “tal vez” o “a menudo” que nos permiten establecer regularidades sin llegar a generalizaciones.
Falacia del falso dilema
Ocurre cuando limitamos las opciones a dos únicas decisiones, cuando existen innumerables variantes sobre las que se puede negociar y debatir. Ese cierre en fila de “o con nosotros o contra nosotros” es en realidad un dilema falso, pues hay muchas más opciones a elegir.
La decisión binaria sí que existe, pero la mayoría de las veces hay un sinnúmero de posibilidades intermedias que no son excluyentes entre sí. Este tipo de argumento suele ser esgrimido cuando los ánimos están caldeados, porque en realidad no existen el dilema de “si no escuchas rock, es que no sabes lo que es la música”, por poner un ejemplo.
Falacia de la correlación y la causalidad (falacia causal)
Se establece cuando se correlaciona un efecto a una causa que realmente no lo provocó, sin evidencia suficiente para establecerla. Por ejemplo: “Si te llamaron Issac, tus padres deben ser amantes de la física”. Aunque puede o no que hayan nombrado a la persona en honor a Sir Issac Newton, no existe evidencia suficiente para afirmarlo.
Otro ejemplo de esta falacia es la llamada “post hoc”, dónde dos hechos no conectados se ligan por el que vino primero, aunque no tengan nada que ver.
Madre de muchas supersticiones, la falacia post hoc establece que si te cruzas con un gato negro, cualquier cosa mala que te pase luego será atribuible a la mala suerte que el animalito ha provocado. O que si rompes un espejo tendrás 7 años de mala suerte, aun cuando 7 años es un lapso de tiempo enorme para que pasen tanto cosas buenas como malas.
Esta última falacia ha sido explotada hasta la saciedad por los homeópatas —perdonen, pero como farmacéutico que se respeta no puedo evitarlo— para justificar su charlatanería. También por la religión, atribuyendo intervención divina a hechos que son perfectamente explicables y naturales.
A rezos no se resuelven pandemias ni se detienen tormentas.
Argumento desde el silencio
En esta falacia, se extrae una conclusión errónea debido a que uno de los interlocutores no conoce sobre un tema particular porque no habla de él. En otras palabras, sería decir que la Muralla China no existía en tiempos de Marco Polo porque este no habla de ella.
Otro ejemplo sería que A increpa a B sobre un tema, y B se rehúsa a contestar por razones que no tienen que ver con el debate. Entonces A infiere que B no sabe del tema en cuestión.
Llevándolo a una conversación:
A: ¿Sabes la contraseña de tu esposa?
B: Sí, la sé.
A: ¿Cuál es?
B: No te lo voy a decir.
A: ¡Ah, seguro que no la sabes!
Aquí hay dos posibilidades. O bien B no se sabe la clave y A tiene razón, o B no revela la clave porque no quiere y A está cayendo en la falacia del argumento desde el silencio.
Argumento ad antiquitatem o apelación a la tradición
Esta falacia asevera que si algo se está haciendo o creyendo desde tiempos anteriores, significa que está bien o es correcto.
Aquí se hacen tres asumpciones a la vez a) que el argumento se probó como correcto cuando se introdujo en la antigüedad, b) que, pese al paso del tiempo el argumento aún es válido, c) que variar el status quo no es preferible ni deseable.
Por ejemplo, si se hubiese esgrimido un argumento ad antiquitatem contra la introducción de los automóviles, aún andaríamos a caballo.
Argumento ad baculum (que apela al bastón»)
Falacia en que se sostiene la validez de un argumento con el uso de la fuerza, la amenaza de emplearla o abusando de una posición de poder. Algo así como que la fuerza hace el derecho, así que el interlocutor debe acatar el criterio de quien esgrime esta falacia para evitar las consecuencias negativas de mantener su postura.
Se identifica fácilmente, pero suele venir oculta en insinuaciones del tipo “Yo creo en esto y tengo la fuerza para ejercerlo. Y tú, ¿en qué crees?”. Suele estar acompañada de la falacia del falso dilema, y se emplea ampliamente en la política internacional en forma de amenaza de guerra o sanciones económicas.
Aún faltan 7 falacias, así que tendrán que soportarme parloteando durante una entrega más sobre el tema.