Ambiente y Ambientación: talones de Aquiles del fantástico

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Artículo para la columna “Misión: Escritor”, de la revista Korad

Parafraseando a Máximo Gómez, los escritores de fantástico —en materia de ambientación— o nos quedamos cortos o nos pasamos.

Enamorados del worldbuilding, planeamos al detalle cada tuerca octagonal del motor de fusión cuántico. Y, como nos tomamos el trabajo de inventar nuestro universo hasta el nivel microscópico, tenemos que vomitárselo al lector en el afán que entienda cuán inteligente y previsores somos. Vamos, que la historia queda en plano secundario y a veces ni la hay, más allá de la mera justificación de nuestro complejo de Dios y Arquitectos Supremos.

O, cayendo en el otro lado, hacemos caso omiso de todo lo referido a la ambientación, esperando que la trama sea lo bastante atrayente para que el Universo funcione en torno a ella. Si algún elemento mágico o tecnológico se necesita, lo sacamos de la manga sin más y allá el lector con su condena.

Nada, que Hemingway enunció su teoría del iceberg por gusto y para nada. Total, no hay que hacerle caso, porque no escribía fantástico. Su Pulitzer, su Nobel y las tropecientas novelas que publicó no se aplican a nuestra escritura, ¿verdad?

Nada más te voy a mirar así…

Toda buena obra lleva telón de fondo

Si el ambiente falla, por exceso o por defecto, la obra se derrumba como un todo. Es el ambiente de Blade Runner lo que lo hace creíble e interesante, tal como la época victoriana permite a un Drácula medrar y aterrorizar Londres. Ninguna obra es perfecta si su ambiente no lo es, por lo que si no se planea y dosifica correctamente mejor movemos el manuscrito directo a la papelera —y sin posibilidad de reciclaje.

En palabras del propio Hemingway:

Si un escritor en prosa conoce lo suficientemente bien aquello sobre lo que escribe, puede silenciar cosas que conoce, y el lector, si el escritor escribe con suficiente verdad, tendrá de estas cosas una sensación tan fuerte como si el escritor las hubiera expresado. La dignidad de movimientos de un iceberg se debe a que solamente un octavo de su masa aparece sobre el agua. Un escritor que omite ciertas cosas porque no las conoce, no hace más que dejar lagunas en lo que describe”.

Ernest Hemingway

Definir el ambiente es una tarea ardua, ya sea investigando, ya sea creando. Pero si no se tienen en cuenta las condiciones físicas, sociales, económicas, naturales y climatológicas del lugar y la época en que se ambienta la obra, la trama no va a funcionar. Sin embargo, no es obligatorio ni deseable que el escritor se limite a retratar esa realidad alternativa que ha generado.

¿Por qué? Porque para que la ambientación sea orgánica, esta debe influir e interactuar con los personajes. Esta es la diferencia entre ambiente y ambientación.

He cruzado océanos de tiempo para estar contigo…

Ambientación y ambiente

Los términos parecen intercambiables, pero no lo son. Mientras el ambiente es independiente de la trama y los personajes, la ambientación está intrínsecamente ligada a la historia que se cuenta.

Con pocos elementos de ambientación damos pormenores verosímiles que definen los rasgos históricos, sociales y locales en los que la acción ocurre. Y destaco verosímil, porque si juegas a la ruleta con la paciencia y la inteligencia del lector, ahí mismo te cierran el libro.

Si bien el pacto ficcional puede negociarse, el ambiente y la ambientación tienen por fuerza que atenerse a un cierto nivel de realidad para que el lector pueda sumergirse en la historia con pie firme. Eso pasa por tener una construcción de universo coherente y que interactúe de forma cómoda y veraz con nuestros personajes, sin exageraciones ni novelas turcas.

¡Mírenme, soy Salgari!

La ambientación tiene que apoyar la acción

Un error muy común de los escritores de fantástico es regodearse en el ambiente y que luego este no intervenga para nada en la historia. Si la ambientación no empuja a la acción, queda reducida a un elemento decorativo para llenar cuartillas —que pueden saltarse con toda comodidad.

Uno de los autores que exageraba en la descripción de ambientes era Emilio Salgari. Sospecho que sus largas peroratas las insertaba en sus obras para entrar él mismo en fase, pues es sabido que nunca visitó los lugares que utilizaba como escenarios. Sin dejar de disfrutar de su Sandokan o su Corsario Negro, confieso que cuando se ponía a machucar detalles superfluos yo saltaba hasta la siguiente línea de diálogo.

Tal vez describir al dedillo un ambiente exótico funcionaba para el lector del siglo XIX. Pero con toda la información disponible ahora, describir por el simple placer enciclopédico resulta cargante. La ambientación tiene que limitarse a aquellos elementos relevantes para la historia: a bordo del Nostromo no hay que explicar por qué en los pasillos la iluminación titila y es escasa, basándonos en el modo de ahorro de potencia de una nave semidormida. Tampoco necesito una lección de xenobiología del metabolismo del octavo pasajero.

Lo importante es que está oscuro y tengo mucho, mucho miedo al bicharraco.

Por ahí, yo no paso ni aunque me paguen…

La ambientación tiene que ser orgánica, no exacta

Regresando a la verosimilitud, tampoco es necesario que cada elemento de la ambientación sea apoyado con tres referencias y cuatro artículos científicos. El autor inteligente puede incorporar elementos sutiles que no alarmen al lector, pero que le permitan ciertas libertades.

Me viene a la memoria el clásico de terror Jaws de Peter Benchley, basada en la que Steven Spielberg filmó la película homónima (Tiburón, en el mercado latino). Tanto en el libro como en la película, el tiburón blanco ruge…lo que a cualquier biólogo marino le causaría risa. Pero cuando eso pasa, el espectador está tan metido en la historia que no le rompe el pacto ficcional (a no ser que sea nuestro biólogo marino de marras).

Por perfecto y lógico que sea el ambiente, la ambientación puede tomarse ciertas licencias, porque es esencialmente como los personajes interactúan y son afectados por el ambiente. Así que en cuestiones muy específicas podemos dejar detalles sueltos, si nuestros personajes tampoco los van a percibir como importantes: a menos que sea un ingeniero eléctrico, a nadie le importa el por qué cuando movemos el interruptor se enciende la luz. La mayoría de las veces, ni el ingeniero eléctrico piensa demasiado en ello.

De la misma forma, un marine no tiene que explicar el funcionamiento de la célula de energía de su arma, ni el exorcista soltar la parrafada de cómo se santifica el agua bendita. Para hacer una lectura fluida y atrayente, el autor tiene que hacer gala de la mesura y la contención a la hora de ambientar.

Me regodeé describiendo el meteorito que se acercaba…

Ambiente y pacto ficcional

Hay que reconocer una verdad de Perogrullo: los escritores somos mentirosos compulsivos, que manipulan la realidad en bien de la historia. Los escritores fantásticos vamos un paso más allá y elevamos nuestra habilidad de mentir también al ambiente.

Bajo esa premisa, el mejor mentiroso —perdón, escritor fantástico— es aquel que escribe de forma que lo que cuenta podría ser verdad, dadas ciertas circunstancias. Si el lector acepta historia y ambientación sin recelar demasiado, la obra funciona aunque manipule a voluntad los conceptos que sean necesarios en un contexto específico.

Esto también tiene que ver con el público objetivo al que se orienta la obra —pido perdón de antemano si esta afirmación apesta a marketing editorial, pero es una herramienta que ya ningún escritor que se respete puede ignorar.

ET funciona porque el personaje se comporta como un niño perdido en Disneylandia y quiere volver a casa. Si buscamos veracidad, es difícil que nuestro primer contacto sea tan tiernecito e inocuo. Pero hay un detalle de ambientación en el que ET se lleva la medalla de oro, que pasa casi desapercibido: para comunicarse con su planeta, el extraterrestre utiliza información de la revista Mecánica Popular. Es difícil encontrar una referencia más cercana al espectador norteamericano de CF de los años 70, así que este detalle da credibilidad y cercanía a la historia que está vendiendo.

Pinta, no retrates

Esta frase podría resumir el arte de la ambientación: mientras más sutil y que resuene con el lector desde lo emocional, más apoya la historia. A diferencia del ambiente, el buen autor puede controlar la ambientación. Para ello, hay que destacar solo aquellos elementos que sean en verdad relevantes para la historia que quiere contar.

¿Cuál es entonces el punto de balance adecuado? Esa es una pregunta sin respuesta y depende del oficio de cada escritor y de cada historia que se cuenta.

¿Qué la ambientación está basada en trucos y manipulaciones de la realidad? Bueno, así es: puede que tras la escotilla una tormenta solar esté arrasando las comunicaciones de todo un planeta, pero para nuestro personaje lo más importante del Universo es el dermo de neurodrogas que está decidiendo si pegarse en el cuello o no para acabar con su vida.

Claro está que no basta tener una magnífica ambientación si detrás de la disyuntiva de nuestro protagónico no hay una historia que le haya llevado a ese punto de inflexión. O si no hay un desarrollo ulterior que conduzca al lector a sumirse en una intriga que le haga devorar páginas una tras otra. Pero, sin lugar a dudas, ninguna historia —fantástica, de ficción o no— puede sostenerse si no se tienen en cuenta ambiente y ambientación. Con esta reflexión os dejo, hasta la próxima vez que nos leamos.

(Agradecimientos a Luife Galeano, por la inspiración para este post)

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