Maldita pareidolia, anatema del fantasioso

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El piso de mi escuela primaria era de ese granito barato con que se hicieron, a toda marcha y al menor costo, la mayoría de los centros educativos después de 1959.

De su efectividad, ninguna queja. Esas losas de granito gris jaspeadas de negros y blancos eran eficientes en verdad y refulgían cuando se les limpiaba con agua, aserrín y keroseno. Y resbalaban como la hostia, pero es entonces cuando se probaba que eran sólidas. Muchas cabezas infantiles se rompieron contra ellas, sin que perdiera el piso ni una esquirla.

Luego, un poco más de colcha de trapear, un golpe de brillador con keroseno y ya está. Resbalosa y reluciente de nuevo.

El universo en un granito

Pero mi queja es más profunda y personal.

Mientras otros compañeritos de escuela se distraían dibujando o tirando bolitas de papel masticado, yo me perdía en la maraña de patrones que las chispitas grises, blancas y negras me sugerían desde el suelo. En ellos me adivinaba barcos, aviones, naves espaciales, caras amistosas o estremecedoras. Luego jugaba a hacer historias que explicaban por qué tanta disparidad coexistía en la misma loza.

Tan así, que confieso que me gustaba ir a la escuela en mis momentos de peor juicio: el piso de mi casa era de baldosas de las antiguas, de las de patrones monótonos y regulares. Allí no habían historias que contar.

Lo mejor era que, al día siguiente, ya había olvidado las conexiones anteriores y la misma baldosa tenía nuevos patrones para contarme desde mi pupitre, en el comedor —ahora confieso que extraño los almuerzos que no me zampaba, que a la distancia he tenido que comerlos peores— y en la biblioteca, quizás mi sitio preferido de la escuela.

Nerd que es uno desde enano. Ahora es una ventaja. En aquel momento, no tanto.

A mí no me quitaron a Santa…

Me decepcionaron cuando aprendí el significado de la palabra “Pareidolia”. Aunque rime con Mongolia y con Magnolia, no es ni un país ni una flor: es un fenómeno psicológico que reconoce patrones significativos en la información aleatoria. Caras, sobre todo.

Según los estudiosos de este fenómeno, tiene mucho sentido desde un punto de vista evolutivo. Reconocer rápidamente caras o siluetas de animales es un mecanismo de defensa: si hay un rostro cerca, hay una mente cerca. Lo que significa que hay alguien que puede causarte bien o daño.

Ese reconocimiento de rostros empieza desde bebés y no es exclusivo de los humanos: lo creas o no, a las ovejas también se les puede enseñar a reconocer rostros humanos desde patrones. Por supuesto, ese estudio lo condujeron en Inglaterra, Cambridge para ser exactos. Se hubieran ahorrado mucho dinero si lo hubiesen hecho en Cuba con los puerquitos… que le ven cara de matarife a todo el que pasa cuando se acerca fin de año.

Esto, claro, me puso triste en un principio. Si todos tenemos la capacidad de la pareidolia, que yo viese figurines en el granito y me inventase historias con ellos no era nada especial. Mejor sería que dibujase o tirase bolas de papel masticado, lo cual también hice para no perderme toda la infancia comiendo catibia.

En un final, la pareidolia es un falso positivo de interacción con la sociedad y sólo tiene importancia científica para estudiar la prosopagnosia facial o el trastorno del espectro autista.

Pero… ¡que viva la pareidolia!

Ahora bien: no fue tiempo perdido el que empleé en entrenarme sobre la loza de granito. Reconocer patrones y continuidades en medio del desbarajuste sensorial que es el mundo entrena las redes neuronales crear sistemas que se activen ante estímulos aparentemente distintos.

Este efecto beneficioso de la pareidolia desarrolla estrategias similares en diferentes contextos, que nos deja aplicar lo aprendido a situaciones diferentes. Por eso, podemos reconocer un plagio en una pieza musical o un error en un texto que el propio autor no logra encontrar.

En un final, la pareidolia es uno de esos fenómenos en que nuestro cerebro lee patrones en el pleno ir y venir de imágenes confusas: aunque nuestros cerebros nos hacen sabios, la naturaleza los hacen útiles.

Y no olvidemos que no solo veía musarañas en el granito. También hacía historias con ellas, lo que a la larga para algo me ha servido, a fe mía. Ahora, me voy al cuarto a mirar el piso, a ver que se me ocurre a continuación.

PD: Parece que los dueños anteriores trabajaron en la edificación de escuelas, aunque salón y baños estén tapizados de azulejos blancos —que se rompen de cualquier golpecito de nada.

Y recuerda: si ya has leído hasta aquí, un “me gusta”, un “compartir” o un comentario no cuestan… pero estimulan. 

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5 comentarios en “Maldita pareidolia, anatema del fantasioso”

  1. Hola, tu las losas, yo las paredes de gotlee que parecen la cosa más fea pero he aprendido a amarlas, Los techos, muchos ratos sola, por ser … “rara”, tímida, bueno. podemos reconocer muchas pareidolias, si claro, hacer uso de muchas historias que acabarían coincidiendo, que nos harían dudar o que simplemente nos den risa por puro descuido. Pero lo que es autentico no se puede imitar, así sea desde el granito, una historia con barco de papel o vete a saber si un kiwi preistórico. Yo qué sé… Bueno, no quiero ser pesada. Comentarios escribo muchos, que lleguen de vuelta ya es otra cosa ja ja ja ja !! Anda, no te angusties por ellos, desde aquí te digo que tienes mucho arte. Saludos desde las catalanas. Creo que ya he pasado por tu blog pero aquí me tienes, dando la turra ja ja ja!! Tu sigue, sigue brillando… te ven y verá más gente. Abrazotes!!

  2. Eduardo Casas Gonzalez

    en la oscuridad total, cuando el ojo se adapta, sobre un fondo negro veo figuras en movimiento … no se si es realidad o imaginacion, si estoy despierto o entre suenos – talvez tenga un problema mental – y tambien formo figuras con las nubes

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