Más bien, los dilemas. Para el que no se acuerde o no lo sepa, en el cuento infantil la señorita —luego señora y viuda más tarde— cucarachita Martina se enfrenta al menos a dos dilemas éticos de suma importancia. Ambos tienen que ver con la capacidad de elección.
De la tercera disyuntiva de Martina (salvar o no a su esposo Pérez, adicto él a la… “cebolla”) no hablaremos en este post. Se lo dejamos a los amigos del 103, línea confidencial antidrogas.
Baste decir que en la versión original el desenlace es bastante macabro. Spoiler, el novio muere escaldado, gritando en horrible agonía. Como buen cuento infantil, no podía faltar el drama y la tragedia.
Chúpate esa, Colmenita.
¿Quién fue el culpable del cuento?
Ahora mismo, no se sabe. Los orígenes del cuento no están claros, pero está bastante expandido en toda Latinoamérica.
Nota: aceptemos que el nombre de la susodicha es Martina, pero en otras versiones es en realidad de apellido Martinez. Me reí hace muchos años del cambio de nombre, que lo escuché de boca de una mexicana, pero la variante es válida. También cucarachita Mandinga se acepta.
Por orden cronológico, La cucarachita Martina y el ratoncito Pérez fue recogido por los escritores venezolanos Marcano (1880) y Arráiz (1975), la puertorriqueña Ferré (1990) y la costarricense Lyra (1994). Pero en Cuba se narra de toa la laif, así que vaya usted a saber quién fue el primero.
Un estudio muy serio sobre el tema —de la Universidad de los Andes, por Cecilia Cuesta de Vélez— rastrea el cuento hasta el Panchatantra hindú, pasando por el Calila e Dimna traducido por orden del rey Alfonso X.
Mis saludos y respetos a Cecilia, que aborda la fábula desde todas sus aristas con un rigor científico envidiable. No se me ocurre una tarea más encomiable y vacua (para algunos) al mismo tiempo.
Pero igual estás leyendo este post, así que palante el carro.
La perversión de las versiones
Tal como Pinpon, la cucarachita Martina cubana tiene la carita lavada, y no solo del colorete que se compra con el centavo que encuentra.
Además de la muerte horrenda del ratón Pérez que hablamos al principio, en la versión de 1880 cucaracha y ratón son… ¡primos! Por ello, tienen que pedir una dispensa especial al Gobernador.
Amén de la bestial diferencia genética entre ambas especies —porque de insecto a mamífero van sus milloncejos de evolución—, tal cercana consanguineidad supone una caterva de perversiones intermedias tan grande que… bueno, tiemblo tan siquiera de imaginar por dónde y cómo pretendían consumar el matrimonio el binomio Martina-Pérez.
Igual, en la versión escrita más antigua sí que lo consuman, porque se casan un sábado “con gran lujo, banquete y rumboso baile”. De suponer entonces que ese día el ratoncito no durmió y Martina no calló. Por una diferencia de tamaño anatómico, los gritos de la cucaracha tienen que haber atronado largo y tendido todo el barrio.
La pachanga en el dormitorio tiene que haber sido tan brutal que, al día siguiente domingo, la Martina Pérez fue a misa en vez de quedarse en camita con su marido. Vaya, que la vergüenza de la gemidera y gritería ha de haber sido vigueta.
El ratón ha de haberse despertado entonces en un sobresalto al verse solo y… evidentemente resaqueado, muerto de hambre y preguntándose como terminó encamado con una cucaracha. Lucía muy bien la cabrona con cintas y coloretes, pero ya sin ellos era… una cucaracha, caramba. Con las antenas enredadas de mañana. Estrechita ella, pero cucaracha al fin y al cabo. Y beata, pa contra y más.
El fin, no queda claro si fue el hambre de la cruda, la ignominia de la improbable pero real endogamia de la unión, lo definitivo del matrimonio sancionado por el gobernador o la desesperación de haberse ligado de forma permanente al insecto asqueroso… Perez termina muerto “sobre una hoja de repollo, entre un pedazo de auyama y otro de ñame”.
Si fue accidente o suicidio, las autoridades aún lo están investigando. El homicidio no parece probable: la viuda “lo siente y lo llora” entre gritos de desesperación.
Pero tampoco se descarta.
En un final, es una trepadora que con solo un centavo y sus ardides heredó el patrimonio de Pérez, del que se sabe que tenía “lentes de arillo de oro”, vendiendo su virginidad al mejor candidato. Eso, según la versión de Arráiz (1975) que la tildan de “despiadada, oportunista, nueva rica, plebeya, advenediza”.
No digo que las intenciones finales de la cucaracha de marras fuesen el lucro, pero el cartelito de reverbero sí que le sienta. Y el de trepadora también, porque luego del finado miki Pérez se busca un militar… pa que la lleve a la playa:
“Cucarachita Martina / viuda de Pérez,/ se casará mañana / con un alférez”.
Otras versiones también están de bala
En la historia según Lyra (1994), es un arroz con leche dónde el ratón cae. Luego de la muerte de Pérez, arranca una ola de automutilaciones y locura colectiva muy gore, dicen que por simpatía hacia la desconsolada cucaracha…
…en la que una paloma se corta un ala, la reina se arranca una pierna y el rey se quita la corona (¿Est-ce vous, Guillotin?). Luego vienen las plagas y la brujería: el río se seca y unas negras rompen sus cántaros en la orilla (¡Sia cará!).
Luego, el sepelio transcurre “con una gran rumba de músicos”. Lo cual me hace dudar bastante de la naturaleza de lo que la cucaracha cocinaba en el perol.
El cocimiento de campana tiene efectos extrañísimos.
El final de la viuda Pérez tampoco está tan claro en otras versiones. Según Arráiz se retira a la vida monástica y deja de usar cintas y colorete, pero en plan tétrico:
“las flores amarillas del campo tienen una escarapela de luto, y se llaman claveles de muerte. Porque ratón Perez cayó en la olla, ya la Cucarachita lo siente y lo llora”.
Y en la versión de Ferré, no lo siente. Solo lo canta y lo llora, vestida de luto. Luego está la versión del alférez ¿echando un bote a la mar?
Todo por la jama
La golosina de la cebolla, el chocolate, el arroz con leche, el arroz con coco —¡el cocimiento de campana!—… en esencia, parece que el ratón tenía un hambre de tres pares. Sin embargo, sí que andaba de punta en blanco según el cuento, así que podemos concluir que era tronco de especulador y se las gastaba en trapos en vez de llenar el refrigerador.
La otra, santica que parecía, iba a por lo mismo. En casi todas las versiones enfrenta el dilema ético de comprar jama con el centavo, pero alega que “si compro comida, se me acaba”. Así que prefiere cintas y maquillajes, pa buscar un temba que la mantenga y que no la moleste por las noches. Aunque sea su primo drogadicto, vaya.
Cecilia la de la Universidad de los Andes, los autores y yo llegamos a la misma conclusión: quien busca la prosperidad por razones de azar y trata de subir de escala social por matrimonio, recibe su castigo en forma de desgracias personales.
Yo añadiría que todas las decisiones traen aparejadas consecuencias, y la zalame-frívolo-putería más. Contra, cucarachita, no seas zanaca, compra comida pal gao y no pienses en machos. Que la cosa está dura, la calle mala y el reordenamiento incierto.
(PD: En la variante cubana y moderna del cuento, a Pérez lo trasladan a una unidad de cuidados intensivos de quemados, le ponen Heber-prot, nistatina y le reinjertan con piel de cerdo). Que somos una potencia médica y está feo eso de que se nos muera el roedor.
Y tú, ¿qué crees de los macabros cuentos infantiles? Déjame un comentario, a ver si coincidimos.
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Jajajajaja q manera de reírme!
Interesante y entretenida discusión.
Gracias por compartir.
Hola Alex. Muy interesante el enfoque que haces. Creo que si el arte es un reflejo de la sociedad, el cuento narra la «conducta ideal» del macho: si ves una figura femenina atractiva, ve a su captura. En cuanto a la conducta de la hembra es parecido: no pierdas el tiempo en cosas como la supervivencia, arréglate y espera a que pase un macho por la puerta de tu casa. Ahora, si el arte es una advertencia de la sociedad también nos encontramos con otra moraleja: si el macho se deja cautivar por una hembra de otra raza termina mal porque puede resultar más astuta que él. Podríamos decir que la Martínez es la versión infantil de la asesinas llamadas «viudas negras» (que por cierto es una araña jejeje😁). Un abrazo🐾
Cómo muchos otros cuentos infantiles, es un reflejo de la época en qué fue formulado y contiene los preceptos morales imperantes y que se querían transmitir a los niños de aquel entonces. Los cuentos infantiles son eso y mucho más, y siempre serán útiles siempre y cuando sepamos exactamente que le transmitimos a nuestros peques.
P.D. Por cierta la expresión «de toa la laif» no la conocía y me encantó. Con tu permiso pienso usarla en la primera oportunidad que tenga jajajaja 😁
Ladrona que roba a ladrón… En fin.
A hundred years de perdón jajajaja 🐾