De cómo el folletín y la novela por entregas salvaron la literatura

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Uno de los fenómenos literarios más importantes del siglo XIX en Europa fue el auge del folletín y la novela por entregas.

Gracias a la profusión de las publicaciones periódicas y las revistas en aquella época, la palabra impresa llegaba a más y más lectores de una forma regular. El periódico tiene un formato mucho menos costoso —y menos duradero— que el libro tradicional, pero precisamente por ello era el medio perfecto para que, entre noticias, columnas y críticas, los suscriptores pudieran disfrutar de alguna que otra historia de ficción.

Lo que en un principio fue un relleno para mantener interesado al lector se convirtió, para muchos impresores, en el motor central de sus publicaciones. Desde los Penny Dreadful ingleses al Saturday Visiter estadounidense, que premió a Poe por su Manuscrito hallado en una botella, las publicaciones periódicas se dieron cuenta de que la literatura ayuda a vender ejemplares.

Y los escritores descubrieron que podían vivir de publicar regularmente, así que entre ellos se establecía una productiva y enriquecedora simbiosis que persiste hasta nuestros días.

Vendamos más… mejor, ya se verá

Ahora bien, el espacio que podían dedicar las publicaciones periódicas con corte no literario de entonces a la obra de un autor era limitada. A lo sumo, una plana (feuillet, ‘hoja’, página de un libro en francés) en la revista o periódico, intercalada entre las noticias y los anuncios que sostenían la publicación económicamente.

Gracias las revoluciones burguesas del siglo XIX, en Francia se extendió la alfabetización hacia las clases humildes y estas eran un público ávido de historias escritas en un lenguaje directo y fácil. Fue entonces cuando, en lugar de relatos cortos, los periódicos La Presse y Siècle comenzaron a incluir, además de cuentos independientes, los llamados folletines (del francés feuilleton, diminutivo de feuillet), historias de continuidad mucho más extensas.

Estos folletines fueron los que, como en las historias de Scheherezada, utilizaron de la manera más efectiva el final en suspenso, con lo que el lector se mantenía motivado a comprar la siguiente edición para seguir la historia. Negocio redondo para el editor del periódico, que vendía más y más ejemplares, tan bueno que se crearon publicaciones especializadas en las novelas por entregas, como la Revue des deux mondes y Revue de Paris.

Quisiera decir que todo lo que se publicaba era bueno. Pero, aunque por desgracia no era así, el género del folletín no merece el carácter despectivo que se le ha dado en la actualidad. Es más, cumplió con uno de los objetivos importantes de la literatura, que tiende a olvidarse por la inmisericorde crítica: entretener.

También permitió la subsistencia de muchos autores que, de otra forma, puede que no hubiesen llegado jamás a convertirse en clásicos de la literatura universal. Ya si era un exitazo (lo que llamaríamos ahora un best seller), el folletín ascendía a novela: se editaban con un poco de más cuidado y se publicaban como libro hecho y derecho.

Era una apuesta segura, porque de cualquier forma esos lectores que coleccionaban los recortes de los folletines semana por semana para poder disfrutar de la obra. Más ganancia entonces para editoriales (que iban al seguro) y los escritores, que cobraban regalías por las nuevas ediciones.

Folletineros de puntería

Los iniciadores de este género fueron es Eugène Sue, Ponson du Terrail, Paul Féval y Charles-Paul de Kock. Pero la cosa fue tomando momentum y dinerico, así que empezaron a surgir los pesos pesados.

No fueron los primeros, pero sí los más famosos: Honoré de Balzac, Victor Hugo, Gustave Flaubert y Alejandro Dumas (padre). De este último, su producción para el folletín era tan activa que llegó a emplear a 63 colaboradores —eufemismo para decir escritor fantasma o negro literario— para cumplir las exigencias de su creciente popularidad. Pero el que se atreva a llamar despectivamente “folletines” a Los tres mosqueteros, El Vizconde de Bragelonne o El conde de Montecristo, mejor que vaya buscando muchos padrinos. El primero que lo retará no soy yo, sino don Arturo Pérez-Reverte.

La cosa no se quedó en Francia, por supuesto. En el Reino Unido folletinaron (perdón por el aporte, RAE) Robert Louis Stevenson, William Wilkie Collins y Charles Dickens. De este último, se dice que los periódicos con sus novelas por entregas eran uno de los principales rubros exportables hacia los Estados Unidos del momento: se agolpaban multitudes en los puertos para adquirirlas allí mismo, recién descargadas de los trasatlánticos.

Italia tuvo a Emilio Salgari, que seguro que con sus 83 novelas te tiene que sonar en el oído. Y a Carlo Collodi, que puede que no te suene tanto, pero si te digo que Le avventure di Pinocchio fue originalmente un folletín seguro te sorprendes.

Rusia no se quedó atrás: tuvo los maestros folletineros Fedor Dostoievski y León Tolstói. Exacto, los tochos Crimen y castigo y Guerra y Paz fueron dosificados de a poco, y gustaron tanto que aún son una apuesta segura pese a ser los grandes mamotretos que son.

España cultivó el folletín de manos de Benito Pérez Galdós, Enrique Pérez Escrich, Manuel Fernández y González y muchos otros más.

El folletín en los tiempos modernos

Esta forma de escribir no ha desaparecido, ni mucho menos. Ha perdurado en su guisa original, y además se ha adaptado a las nuevas tecnologías.

En la literatura, dejo por acá el ejemplo más clásico del folletín moderno: María del Socorro Tellado López. Sí, Corín Tellado. Si averiguas un poco, era ferviente lectora de los padres del folletín Dumas y Balzac y llegó a la editorial Bruguera por pura chiripa. Esta le encargó una novela corta de 100 cuartillas a la semana, y lo demás es historia.

No es de extrañar que esta escritora tenga en su haber más de 5000 novelas románticas, que muchos de nosotros hemos leído al final de Vanidades. Sí, no te hagas: aunque sea en la sala de espera del doctor, le has echado un ojo. Dato curioso para que veas lo rentable del folletín: cuando Vanidades firmó con Corín para que le entregara 2 novelas cortas al mes, su tirada pasó de pasó de 16.000 a 68.000 ejemplares quincenales.

Siendo declarada por la Unesco en 1962 como la autora en español más leída del mundo (luego de Cervantes); récord Guiness en 1994 y con más de 400 MILLONES de ejemplares de sus obras vendidos… pues honor a quien honor merece. Quéjate de su calidad literaria, pero igual reconoce que en eso de ser leída y que su nombre aún resuene, lo bordó.

Otros que supieron adaptar las técnicas del folletín fueron primero la radio, con las novelas seriadas y luego la televisión. Hasta el cine, con aquellos cortos famosos de Flash Gordon que se proyectaban antes de las películas, se nutrieron de las enseñanzas del folletín. Y en pleno siglo XXI, Marvel y DC Comics enlazan una película de superhéroes con otra haciendo crossovers, cameos y dejando migajas de pan sembradas para después. Sin ninguna vergüenza, se visten con la misteriosa capa del folletín, tal como lo hicieron en su momento otros superhéroes como los mosqueteros o el Corsario Negro.

Ya sobre las sagas de fantasía de tres, cuatro y hasta diez libros (uno a continuación del otro), dejo que ustedes, queridos lectores, sean los jueces que decidan si están inspirados en el espíritu del folletín o no.

Y sé que estás pensando también en Wattpad. Pero sobre esa plataforma voy a pasar un piadoso —muy tupido y hasta triple— velo.

Ahora, el consabido spam…

Aprovecho para invitarte a que te unas a los lectores de mi novela por entregas Aguja de los omeyas. Para que veas que soy de los escritores que predico con el ejemplo.

¿Y por qué es una novela por entregas y no folletín? Ese secreto te lo revelaré en otro artículo.

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1 comentario en “De cómo el folletín y la novela por entregas salvaron la literatura”

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