Es que soy muy conocido en mi casa a la hora de comer. Vamos, que a pesar de mis ocho libros (ojito, todos por editoriales tradicionales), los premios —que alguno tengo— y los treinta y cinco tacos dedicados al oficio de escribir, es muy poco probable que hayas oído hablar de mí.
Puede que te guste la poesía, la novela negra o la ciencia ficción. Aun así, mi nombre no va a sonarte de nada. Pero no te sientas mal por ello: la culpa es completa y totalmente mía.
No soy lindo de ver, no soy influencer ni youtuber, no salgo en la tele ni en los segmentos culturales, ni soy un catedrático de la Lengua. Si en algún momento fui profesor universitario, se lo debo a una carrera tan lejana a las letras como las Ciencias Farmacéuticas; y también eso lo abandoné hace una década para dedicarme a escribir más —espero que mejor.
Tampoco mi condición de cubano es un argumento que pueda esgrimir como razón para que no me conozcas. Leonardo Padura es cubano, y estuvo a un tris este año de que le nominasen al Nobel de literatura. De hecho, mis editores son españoles, norteamericanos y alemanes, y créeme cuando te digo que soy más conocido fuera de mi país que en él. Donde vivo no he publicado ni una letra, así que no me conoce ni mi gato.
Y la culpa, la maldita culpa, es mía y de nadie más.
La carrera perfecta por los fines equivocados
Decía el pobre Confucio que hay que encontrar un trabajo que te apasione y así nunca trabajarás en tu vida. A mí me gusta contar historias y empecé a hacerlo cuando se me acabaron los libros para leer.
Esto no es un problema ahora: hay miles y miles de libros en las librerías, bibliotecas, plataformas de venta en línea y —Dios no quiera que tú seas uno de esos— sitios de descarga gratuita (pirata) de libros. Pero yo crecí en un país donde los libros eran baratos, pero escasos. Tan pocos que, luego de leer todos los que me interesaban, tuve que inventarme mis propias historias, para después aprender a contarlas de la mejor manera posible.
De allá a acá, mucho ha llovido. Tanto, que incluso no escribí absolutamente nada durante una década, luego que se me negó el premio de un concurso que había ganado en buena lid. Del camino recorrido no puedo quejarme: aunque quizás hubiese tomado decisiones más inteligentes, me queda como consuelo toda la experiencia de vida —esa que ningún manual puede suplir—, que vierto ahora en letras.
Pero regresando a las historias: de nada vale contarlas desde el fondo de un pozo si nadie te escucha. Y, a mi pesar, esta es una experiencia que se disfruta pagando por adelantado. Cuando lo que deseo es que me escuches y disfrutes las correrías de los personajes que salen de mi imaginación, con el libro tienes que hacer como con el teatro: pagas primero, a cuenta y riesgo de que te guste la obra.
Para los que quieren celebridad o dinero, esto no es un problema, porque cada libro publicado sería la meta final. Este paso, imprescindible por demás, es el fin del camino a ojos del escritor novel y también fue la mía. Erróneamente, existe la concepción de que, una vez publicado, lo demás cae por su propio peso y la editorial se encargará de hacer llegar el libro a millones de lectores.
Y un cuerno.
¿De qué te quejas, amigo?
—Bueno, Álex… si lo que quieres es que lean tus historias, pon tus libros gratis y ya está —dirás, querido mío, y razón no te falta. Pero por desgracia hay dos factores que juegan en contra de eso.
El primero de ellos es un sesgo cognitivo que influye en los lectores: si es gratis, es malo o hay trampa. Te parecerá contraproducente, pero piénsatelo un momento. Digamos que vas a una tienda y hay un montón de bufandas y un cartel que te invita a tomar todas las que quieras, que son gratis.
Tu primera reacción es pensar que hay algo muy malo con esas prendas. Ahora, cambio el cartel y digo que las bufandas valían diez euros, pero están rebajadas a uno. En diez minutos no quedarán bufandas. Con los libros es igual o peor: darlos gratis implica que todo el tiempo y esfuerzo que he puesto en ellos no vale nada, así que el contenido ha de ser una bazofia.
Y llega entonces el segundo factor que impide la gratuidad. Por extraño que parezca, los escritores también tenemos necesidades básicas que solucionar. El tiempo dedicado a escribir no es una cápsula atemporal ni un campo de éxtasis. Mientras lo hacemos tomamos café, fumamos, comemos bocatas… mínimo, consumimos electricidad.
Mucho gusto, soy Álex Padrón
Y necesito de ti, como muchos autores que tratan de abrirse paso, ya no en el mundo editorial —que también—, sino en tu gusto personal.
Porque, lo creas o no, eres nuestra razón de ser. Como los juglares de antaño, tratamos de entretener, alegrar, enseñar, hacerte reflexionar, contarte historias con valores y moralejas y hacerlo de la mejor manera posible, honrando esta lengua española que tanto respeto merece.
A diferencia de los mil bufones que rondan, no buscamos la moneda ni el aplauso fácil. Letra a letra tratamos de ganarnos tu respeto y tu cariño desde nuestras páginas de autor, haciéndolas un rincón cómodo para contar historias breves, pero sentidas.
No te ofendas si de cuando en vez te hablamos de nuestros libros, porque tenemos que hacerlo para que sepas que existen. El libro es el espacio donde tenemos toda tu atención y podemos susurrar, sólo para ti, esas historias largas y complejas que llevamos por dentro. Cuando los compras, no estás adquiriendo un producto: estás contratando nuestro tiempo en exclusividad.
¿Vale la pena? Eso lo decides tú, que has llegado hasta el final de esta reflexión, tan sincera como todo lo que escribimos quienes piensan más en construir complicidades que vender.
¿Ser célebre? No necesito legiones descerebradas por el mercado, sino lectores fieles que disfruten cada letra, cada pensamiento y regresen por más de forma consciente ¿Ser rico? No es mi meta. El dinero es una consecuencia lógica de hacer un buen trabajo, no un fin.
Ser escritor no es cuestión de fama o fortuna. Ser escritor no es moda, ni oficio al que cualquiera pueda llegar sin mucha experiencia, sacrificio o esfuerzo. Destacar es casi imposible, si diariamente Amazon publica cuarenta libros de ficción. No es necesaria la censura, porque la abundancia editorial se encarga de sepultarme en el número de volúmenes impresos anualmente.
Pero aunque no me conozca ni mi gato ni mi madre a la hora de comer, al menos, hoy me has dado la oportunidad, leyéndome, de presentarme. Si quieres saber más de mí, te invito a compartir poesías, cuentos y consejos en mi página de autor.
Después —y sólo si te gusta lo que lees—, será un verdadero placer contarte entre los que me apoyan y siguen, y si tienes a bien puedes adquirir mis libros.
De momento, hoy soy feliz porque has llegado al final de este artículo. Parafraseando a Heródoto de Halicarnaso, si el mercado editorial está tan saturado que «sus libros cubren el sol y vuelven en noche el día», responderé como Dienekes, el soldado espartano de Leónidas: «Tanto mejor; me leerán a la sombra».