Menos mal que nunca he tenido la amarga experiencia que se muestra en la foto de portada. Lo más cerca de esto, fue un encuentro cercano de tercera clase. Lo viví en una parada de descanso, en un viaje entre provincias.
Había que ir sí o sí, así que tuve la escalofriante aventura de tener que utilizar el único baño disponible mientras que, desde las alturas del separador, una rana enorme me contemplaba. Aún no sé si estaba decidiendo si era un plato apetitoso, una buena plataforma de aterrizaje —la suya me parecía bastante precaria para su tamaño— o solo la mantuvo quieta su pasión de voyeur coprofílica… pero sudé más frío que nunca, y salí tan pálido del lance como si se me hubiese aparecido el babujal en ectoplasma.
Gracias, señora rana —o sapo, la zoología nunca ha sido mi fuerte y no me detuve a detallarle las gónadas— por quedarte quietecita. De otra forma, el cuento hubiese tenido un final que hubiese involucrado una salida mucho más apresurada del baño. Es muy probable también que la vergüenza estuviese involucrada: ese día llevaba pantalones claros y el ómnibus tenía aire acondicionado. Mis compañeros de viaje se hubieran reído primero, pero luego soportarían un tufillo concentrado durante el resto del viaje.
Cosas simples, pero necesarias
Escatologías aparte, hay miles de cosas que damos por sentadas y son invisibles —más bien, no reparamos en ellas— justo hasta el momento en que se marchan. Seguro puedes pensar en unas cuantas ahora, que la pandemia obliga a una cuarentena para la que nadie estaba totalmente preparado.
Como el papel higiénico, por ejemplo. Hay soluciones para su ausencia: desde lavarse con agua hasta la consabida tusa, pasando por hojas de libros arrancadas —mártires estoicos, sacrificadas en aras de un bien mayor—, cajas de cigarros abiertas ante una emergencia o, ya llegando al extremo, el billete de menor denominación de la cartera (no lo niegues: en un momento de necesidad, lo has hecho o al menos lo has pensado).
Pero otras cosas no son tan fáciles a la hora de encontrar alternativas. Damos por sentado las tres —a veces seis, sí hay suerte y buena salud alimentaria— comidas que distribuimos en el día. Hasta que abrimos la nevera y diez pomos de agua congelada nos contemplan. O peor: tener comida pero que:
“Por labores de chapeo y reparaciones capitales, se le informa a los residentes de los municipios Marianao y Playa que el servicio de gas manufacturado estará interrumpido desde las 8 am de hoy hasta las 10 pm de pasado mañana. Lamentamos las molestias que esto pueda ocasionar”.
Así, con dos cojones y menos de 24 horas para prepararte para la contingencia. Si no viste el noticiero, pues te jodes y cocina con leña, porque con la cuarentena todos los lugares para comer fuera están cerrados.
Lo más vital, no más…
Pero bueno, es un buen punto: quizás podemos sobrevivir hasta tres semanas sin comida, pero solo tres días sin tomar agua. Así que sacas uno de los pomos congelados y te contentas con el pensamiento que lo que tienes no es hambre, sino sed. Porque el agua, esa misma que la mayoría de las veces también damos por sentada y basta abrir el grifo —pila para los habaneros, pluma para los policías— para saciarnos, sí que es necesaria.
A menos que a Aguas de la Habana no le dé su reverenda gana que te bañes hoy. De verdad que sería provechoso que uno de estos días el experto de turno nos hable del intrincado plan de abastecimiento que utiliza el acueducto para surtir del preciado líquido. Me imagino que se necesitaría una enorme pizarra, una calculadora científica para cada oyente y un cuaderno con las tablas logarítmicas y la sucesión de Fibonacci. O quizás, como el Cerro tiene la llave, ponga y quite el agua tirando una moneda al aire.
Lo que es vital, no más…
En cuarentena, sin comida ni agua, pero aún quedan cosas que damos por sentado. Puedo sobrevivir sin beber por tres días, pero sin respirar no llegaría a los tres minutos. Damos por descontado ese acto… a menos que, gracias al coronavirus de los testículos, tengamos que usar el dichoso nasobuco.
Y por partida triple: por nuestra salud, por la de los demás y por la desmesurada multa que vas a pagar si te agarran en la calle sin él.
“Señor policía, no saque la pluma —vale, el bolígrafo-, no me castigue por bajarme el nasobuco un instante y respirar aire puro. Fíjese que son las 5.30 am, no hay un auto en la calle (bueno, su coche de patrulla) y la persona más cercana está cincuenta metros. Si no tuve el dinero para llenar el refrigerador y tengo que salir a esta hora para marcar en una cola kilométrica, ¿tendré tres mil pesos para pagar la multa? Mire, póngame directamente las esposas y vamos a ver qué hay de almuerzo en el Combinado del Este”.
Agradece la vida
Aquí lo dejo, salvo y subo al blog. No vaya a ser que dentro de un rato, “por labores de chapeo y mantenimiento programado” —pero no correctamente informado— a la Unión Nacional Eléctrica (la UNE que desune) le dé su reverenda gana de dejarme sin fluido eléctrico hasta las cinco de la tarde.
Un último consejo: agradece cada día esas cosas que das por sentado y a veces hasta odias, pero que son vitales para que puedas seguir andando. Cómo ETECSA, por ejemplo. O ese amor que, aunque te saque de quicio de cuando en vez, no perdurará si no lo mimas, lo proteges y lo nutres cada mañana.
Por todo esto y más cosas que necesito para vivir, ustedes entre ellos, muchas gracias.
Y ya que estamos, he ahí otra cosa que damos por sentado —algunos, no yo. Si trabajo, tendré dinero. Pero como con la pandemia muchos ahora no trabajan… se están acordando con tristeza del billete de a veinte que usaron para limpiarse un día, muy lejano ya, en que no agradecíamos esas pequeñas cosas que damos por sentadas.
Y tú, ¿qué agradeces? ¿Qué has dado por sentado? Déjame un comentario y lo sumo a las cosas por las que debo ser feliz. (Mira, qué hoy tengo café y mañana no sé).
Brillante y contundente reflexión! Álex, todo te lo puedo resumir en una frase, que alguna vez escuche por ahí. “Cada amanecer, es una nueva vida que comienza. Date la oportunidad de ser feliz. Con o sin ropa, seras siempre la misma persona.” Un cordial saludo.
Cada vez que escucho la explicación prístina, el auto apuñalamiento por las irremediables causas que nos asolan y la impotencia ante las actitudes tan ajustadas a la norma y tan distantes del espíritu de la ley, suelo coincidir con el Crixus en sus reflexiones, con perdón. Nos hablan de labores de chapeo y reparaciones capitales, pero pueden ser otras -muy manida la pandemia hoy en día- y todas, todas sin excepción me llevan a las frases terminales de Roy Batti en Blade Runner: I’ve seen things you people wouldn’t believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Tannhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in rain. Time to die.
Jajajaja, me cuadró la parte del policía! Si me van a poner una multa, mejor que me lleven preso. Así tendré comida gratis!!
Bravo, Álex!