Pecados que no se comen si eres escritor

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Una colega de letras, de cuyo nombre no voy a chivarme, preguntaba en fecha reciente si el escribir una novela romántica para ver si se ganaba unos euros era algo cutre, o se aceptaba con su nivel de desesperación.

Yo digo que sí. Mientras escribas, no importa el tema. Porque nunca se sabe dónde realmente das el palo sobre el lomo del delfín oculto en la marea. Y si mientras tratas de arar el mar encuentras mejillones, que espere la paella de pescado.

Mis novelas aún no despegan lo suficiente como para llevarme a viajar por el mundo en brazos de agentes literarios ni editoriales poderosas. Pero mientras tanto, desde hace ocho años y luego de una negra época en que hastiado de todo mandé las musas a paseo, escribo.

Y vivo de ello. Incluso, publico… luego de llegar a la conclusión que esto es lo mío y lograr la disciplina de generar no menos de 5000 palabras diarias. Ya sea por trabajo, ya sea por placer. ¿Redactor, escribano, bloguero, periodista… mercenario de la palabra? Ok, no ofende. Porque estoy escribiendo, y la sabiduría popular señala que extirpando genitales masculinos se domina el arte de la emasculación. Mientras, tú pecas.

Soberbia: ¡yo no hago eso!

¿Te gustan los sinónimos? Pues orgullo, altivez, altanería, arrogancia, vanidad y si das Shift+F7 en Word te salen algunos más. En lo más básico y visceral, es el sentimiento de valoración de uno mismo por encima de los demás. Vamos, que petimetre y engreído de toa la… ya sabes.

Aquí tenemos a ese excelso escritor que —la mayoría de las veces sin que sus ventas le den para comer— rechaza tareas muy simples, porque está por encima de ellas. No se rebajaría a escribir una reseña, un informe o un manual de instrucciones de usuario.

De la misma forma, le ofende salirse del género dónde mejor se desenvuelve —o eso piensa él— colgándole el cómodo cartelito de “arte menor” o literatura de segunda clase a cualquier cosa que parezca literatura popular. Lo más probable es que si revisas su refrigerador haya muchas botellas plásticas con hielo.

Avaricia, porque mi talento es diamante

Este tipo de escritor no llega a la negación del anterior de su hambre, pero se cree que es tan bueno que todo lo que toca lo convierte en oro, y en esa moneda tiene que cobrar. Pretende recibir cifras astronómicas por tareas que no le cuestan media hora ante un teclado. Exige de sus empleadores que sus escritos lleven su nombre y marca personal, porque piensa que con eso las ventas están garantizadas… y que arrastra tanto personal que siempre será un exitazo.

Así, su super talento hace que cada obra haya que enmarcarla —y pagarla— primero en cuadro de platino, se gastan un pastón en protegerla de todos esos buitres que intentan plagiarla a toda costa (¡que no te conocen ni en tu casa, compadre!) y buscan ganar más con demandas y negociaciones de poder que con la propia valía de lo que hacen.

Normalmente, sus grandes novelas terminan siendo pasto de polillas, comején y cucarachas en el fondo de las gavetas. Su avaricia hace que los editores —los buenos, no unos cuantos hp que también rondan— terminen por menear la cabeza, encogerse de hombros y cerrar las puertas.

Entérate, brother: tu mejor obra no es la que hiciste, sino la que estás por hacer. Para cobrar en grande, tienen que leerte muchos… así que acostúmbrate a avanzar por la escalera un peldaño por vez.

Envidia: porque el mundo es injusto y no me merece

¿Cuántas veces no salta esa vocecilla que clama “yo escribo mejor que Zutano y, sin embargo…”?

La literatura no es una ciencia exacta. Ni siquiera cuando se apoya en la matemática de las ventas y los contratos. Por su carácter subjetivo, los jurados dan su veredicto y sancionan al éxito a las obras que quieren, las editoriales escogen los manuscritos que más le apetecen y las becas de creación se las dan… bueno, todas esas cosas incluso a veces están amañadas.

Pero Zutano no es sobre quien tienes que poner tus miras ni sangrar hiel. Igual también puedes desgastarte despotricando contra el sistema que favorece al otro y a ti te aplasta. O integrarte a la corriente. O dedicarte a otra cosa.

Ira: ¡me cago en todo y ya!

Este es uno de los pecados más peligrosos para ganarse la vida escribiendo. Lo lamento, pero acá si debo hacer un mea culpa.

En el 2004 gané casi sin proponérmelo un importante premio, cuyo monto en metálico pensaba dedicar a resolver cuestiones de mi modus vivendi y también a comprar un nuevo ordenador. Pero el dinero desapareció como por arte de magia, en el sumidero de algún ayuntamiento —o de los bolsillos de alguien que trabajaba allí.

Y entré en cólera, una que me alejó de las letras por toda una década. ¿Cuántos premios dejé de ganar? ¿Cuántos libros no publiqué? ¿Cuántos cursos, amigos, becas, artículos, reseñas y otras cosas que son útiles dejé escapar por culpa de la ira? Aunque me duela, me enfoco en lo positivo y pienso que ese período de silencio sirvió para acumular fuerzas, experiencias y lecturas que me hacen mejor.

Pero de que la ira te hace perder tiempo, no hay dudas.

Lujuria: ¡que bella es la vida del autor!

La literatura es una dama veleidosa. Puede elevarte tan alto que, cuando caigas, te hundas al punto que ya no puedas ni reconocerte a ti mismo en el reguero de sangre y tripas que has dejando regadas en el suelo.

Muchos escritores caen en la ratonera del autor y se transforman en engreídos con razón, porque llueven los elogios y las atenciones —si hay suerte, el dinero— y gastan mucho tiempo en el postureo y las relaciones públicas. En el camino, se olvidan de quienes o de qué los llevó a dónde están.

No digo que no hay que sacarle partido a la ola, ni que sea malo de vez en cuando alimentar ese kyūbi que los escritores llevamos y nos impulsa a dar más y hacerlo mejor. Pero hazlo bailando delante del espejo como el Joker, cuando nadie te pueda ver. Porque, salvo raras excepciones, serás moda y tus cinco minutos de fama pasarán. No des razones para la envidia ajena y conserva a tus amigos.

Recuerda siempre:

“Cuando salí de la Habana de nadie me despedí. Solo de un perrito chino que pasaba por ahí.
Como el perrito era chino un señor me lo compró por un poco de dinero y unas botas de charol.
Las botas se me rompieron, el dinero se acabó. Ay, perrito de mi vida. Ay, perrito de mi amor”.

Gula: abarcar más de lo que puedes masticar

Un error común del escritor que vive de sus letras es no saber decir que no. Porque en ocasiones, y en especial si llega a generar el interés de sus clientes, le ofrecen más trabajo que el que puede asumir. Aunque en teoría y bajo los efectos de ese frenesí que de cuando en vez nos ataca podemos escribir cuartillas y cuartillas sin descanso, hay un límite físico a la cantidad de palabras que se pueden teclear en una jornada de trabajo.

En mi caso he descubierto —por el camino difícil— que puedo generar unas 5000 palabras diarias (unas 15 cuartillas) sin que me explote la cabeza ni que tenga que poner después las manos en hielo. He hecho más, pero trato por todos los medios que nunca sea menos.

Esas 5000 palabras las debo repartir entre mi trabajo como redactor freelance, como asesor literario y mi propia carrera como autor. Incluyendo, por supuesto, este blog que me sirve a la vez de escape y conexión con aquel quien me quiera conocer un poco mejor. Ese balance es mi organización personal, que debe garantizarme comida en el plato y mariposas en la mente.

Pero no puedo sacrificar la calidad de una tarea a expensas de otra. Una mente agotada o un cuerpo cansado solo llevan el desagrado de los clientes y el aburrimiento de los lectores.

Pereza: la muerte del escritor

Y llegamos al último pecado. Ese que ningún escritor puede darse el lujo de cultivar.

Cómo te digo que debes establecer un límite de lo que puedes escribir por día, tienes que exigirte respetarlo. La justificación de que “la musa no baja” o “no estoy inspirado” no te sirve para ganarte la vida escribiendo. Si la usas, es porque aún no te ha entrado en la cabezota dura esa que tienes que ESCRIBIR ES UN TRABAJO.

No hay un solo escritor de éxito que no recomiende en sus decálogos, cartas a amigos escritores o que no se lea en sus memorias o biografías que no son trabajadores compulsivos. Ni antaño, ni ahora. Quizás dedican tiempo a viajar, leer, investigar sobre un tema. Quizás los veas pensativos sobre un café. Pero, aún en ese momento, están trabajando en la historia que les está rondando en la cabeza.

Porque ideas tenemos todos. Buenas ideas inclusive. Pero si no la escribes, la mejor idea no sirve de nada. No importa que comience siendo tan mala que parezca un montón de fango. Toda escultura no es más que un volumen determinado de arcilla: la magia comienza cuando el barro toma forma.

Tú, escribe y no procrastines más. Si escribes lo suficiente, irás adquiriendo la maestría del artesano y la obra comenzará a tomar vida y a pedirte que pulas aquí, recortes allá y agregues. No saldrá bien al principio, pero eso no es lo importante.

Yo he decidido que lo que me funciona es tener varios proyectos en curso e ir alternándolos cuando caigo en un vacío creativo. Tú puedes crear tu propio sistema. Pero ten por seguro que, con suficiente constancia, a la inspiración no le quedará más remedio que animarse a echar un ojo y sugerirte la mejor forma de contar la historia. No dejes que tu pereza prive a los demás de esa historia que necesitan oír.

Ahora, recapacita. Porque el único que puede absolverte de tus pecados eres tú mismo, ¡que justo ahora deberías estar escribiendo!


Espero que estos consejos te sean útiles. Pero recuerda: no tienes que recorrer el camino del escritor tú solo. Puedes contactarme si deseas ayuda con tu obra, o solicitar los servicios que te ofrezco más abajo:

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9 comentarios en “Pecados que no se comen si eres escritor”

  1. Quizá como escritores nos fijamos en lo que lograron los demás, preguntándonos, ¿por qué él o ella es best seller y no yo?, ¿qué hago para ganar adeptos?, cosas así que a veces dan un bajón

    1. El truco no es envidiar ni ponernos tristes… sino ver que están haciendo bien los demás. Yo odiaba a King hasta que conocí su historia en “Mientras escribo”. Luego, siguiendo sus consejos, logré publicar mi primera novela. 😎
      Hay que caminar sobre los hombros de los gigantes.

  2. Poco a poco. Hay que ir cometiendo Pecados para poder alcanzar la gloria. He ahí su sacralización.
    Un artículo la mar de interesante y real.
    Mil gracias 🙂

    1. Por desgracia, en mayor o menor grado los he cometido todos. Por fortuna, como ya pasé por ahí, puedo advertirles a los que comienzan que no pequen… aunque igual, nadie experimenta por cabeza ajena.

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