Por tener mucho que decir del tema, sigo dándoles la chapa que inicié y seguí en estos dos artículos. Pero haré lo que pueda —sin prometer nada— para que este sea el último artículo de la serie.
Es que, si bien el inicio es dónde se define si la historia que cuentas será escuchada o no, el final es quién deja buen o mal sabor en la boca. Luego, en dependencia de si has escogido el mejor final para tu historia, la hará memorable o digna de olvidarse por completo.
Así que, ¿cómo preparar la historia para un final memorable?
Desde la primera palabra de tu relato, debes prepararlo para que tenga un final espectacular. Hay algunas técnicas que se pueden utilizar en la trama para que el final no sea soso, como por ejemplo:
Dejar pistas falsas
Sin exagerar y respetando los elementos claves que debes introducir para que el final no caiga del cielo, es útil sembrar pistas falsas para desviar la atención del lector de la verdad.
Si bien en el relato es mejor prescindir de ellos si es posible por razones de economía de recursos, en obras de mayor extensión como las noveletas o las novelas son casi imprescindibles. No para engordar cuartillas, sino para que el lector no adivine luego de veinte páginas el final que le estás preparando.
Denominadas en inglés «Red Herrings», estas pistas han de ser iguales de lógicas y creíbles que las verdaderas…quizás, incluso un poco más obvias.
Convertir la vida del prota en un infierno
Sin conflicto no hay historia, así que mientras puedas ponérselo difícil al protagonista, no te cortes.
Muchos autores se enamoran de sus personajes, dotándolos de poderes y bendiciones que parecen sobrehumanos. No digo que la saga del agente 007 no sea entretenida, pero básicamente se trata de hacérselo pasar mal a un protagónico que no tiene fallas.
Tampoco te animo a que escribas una tragedia de Shakespeare, pero si el personaje principal no las pasa canutas el lector no va a empatizar con su sufrimiento. Mientras más cercano sea a la vida real —con sus defectos y sus fallos de carácter— más creíble será, y el lector podrá ponerse en sus zapatos y celebrar su éxito al final.
Abrir y cerrar las puertas
Esta es una forma clásica de darle vida a tus finales: haz que todo parezca imposible de solucionar (puerta cerrada) y al final —sin deux ex machina, por favor— deja que tu protagonista encuentre una vía válida para salir del embrollo.
De manera análoga, haz pensar al lector que los protagónicos se dirigen a una solución fácil del conflicto y luego enfréntalos a un dilema irresoluble…muerte, desgracia y desolación incluidos. Esta técnica es bastante socorrida cuando tus protagónicos son malévolos, y da una sensación de justicia final al lector.
Más sobre finales horribles
Cerremos entonces con otra recapitulación de cómo no cerrar una historia. En el primer artículo de esta serie hablamos del final abierto por gusto y el Deus ex machina, pero esas son las únicas formas de equivocarse:
La culpa es de Morfeo
Uno de los peores finales posibles es, luego de enganchar al lector con la historia, es cerrar diciendo que todo era un sueño. Como es lógico, es también una de las formas más directas de cabrear al lector, porque desde Alicia en el país de las Maravillas eso ya no sorprende ni gusta a nadie.
Es cómo acercarte a un amigo y decirle que vas a contarle una cosa que nunca pasó. ¿Crees que le gustaría escucharlo? Aunque en literatura se presupone que lo que vamos a contar es una ficción, hacemos un pacto con el lector de que, si no ocurrió, al menos es tan coherente que podría ocurrir bajo las premisas que le damos.
Recurrir a Morfeo entonces es confesar que hemos puesto a nuestro personaje en un atolladero del que no sabemos salir como autores, o que no tenemos ganas o tiempo de llegar a un desenlace adecuado. En ambos casos, es una falta de respeto al lector.
Todos a degüello
Aunque existen historias que necesitan que los protagonistas mueran, no podemos basar todos los finales en pasar por la cuchilla a nuestros mejores personajes. Después de Juego de Tronos esta tendencia se ha popularizado, pero no es nueva en lo absoluto: desde las tragedias griegas a Romeo y Julieta de Shakespeare, matar personajes es un acto común en la literatura.
Ahora bien: ponérsela difícil al personaje para que el lector sufra y después llegar al punto en que no hay forma de que escape de los cinco dragones de hielo, la horda de elfos oscuros y su suegra con un cuchillo de carnicero no es una salida ideal. Ni es excitante, ni gloriosa, ni una buena forma para cerrar el lazo. Además, quedarte sin personajes es la mejor forma de nunca hacer una saga, ¿verdad?
No es que esté en contra de la muerte en la literatura, pero sí y solo sí se justifica muy bien. Si es una muerte gratuita y no significa nada para el lector ni para el resto de los personajes, pues mejor no. Las muertes deben:
- cerrar la historia transmitiendo un mensaje
- cerrar el destino de un personaje o su misión
- motivar a otro personaje a actuar
- como giro en la historia
Si no se cumplen ninguna de estas condiciones, pues sigue el mandamiento de “No matarás”.
La realidad es más rica que la ficción
Sorprender al lector es bueno, y la realidad es más rica que la ficción, ¿verdad? Sé de personas que justo cuando iban a cumplir sus sueños les cae una maceta en la cabeza y ¡pam!
Si bien es cierto que a veces la realidad desafía en creatividad a la ficción, no estás contando sobre la realidad. Ni tu lector quiere revivir en un libro lo que le pasa todos los días. La literatura es un entorno protegido, dónde el escritor promete mantener un mínimo de coherencia y dar un desenlace relacionado con el conflicto principal, dejando el azar afuera.
Que la realidad meta sus garras en la historia puede aportar un final sorpresa, sí, pero ¿de qué valen entonces las decenas (cientos) cuartillas escritas y leídas? La vida puede ser más rica que la ficción, pero la literatura NO es la vida, sino una imitación de ella.
Abracadabra, pata de cabra
Se espera que cuando se llega al final de una historia, todos los puntos importantes se expliquen, sin excepciones. A menos que el libro sea parte de una saga (y el lector ya lo sepa), no pueden quedar dudas. Incluso si la obra es parte de algo más grande, tiene que haber un cierre que permita que el libro se lea de forma independiente.
Un libro no puede necesitar explicaciones: tiene que hablar por sí mismo. Si necesita de que su autor lo explique y lo defienda fuera de las manos del lector, pues no es un libro.
Sin mucho más que agregar de momento, te agradezco tu paciencia al leer esta serie de artículos sobre finales en literatura. Voy a concluir con la recomendación de William Golding, nobel de Literatura y autor de El señor de las moscas:
«Dale al lector lo que quiere, pero de forma que no se lo espere».
Espero que estos consejos te sean útiles. Pero recuerda: no tienes que recorrer el camino del escritor tú solo. Puedes contactarme si deseas ayuda con tu obra, o solicitar los servicios que te ofrezco más abajo:
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