En lo que estaba y a lo que iba: seguimos hablando de diálogos, que ya había una primera parte.
No soy quién para decirte cómo deben hablar tus personajes, pero sigo alertándote de esos momentos dorados en que tengo ganas de cerrar (y borrar) el archivo de texto, o poner un comentario hiriente —si es que me están pagando por mi tiempo como lector o editor.
No digo cerrar el libro, porque difícilmente van a ver uno de estos errores publicados. Manuscrito que los cometa, difícil que llegue a prensa editorial… aunque, para desgracia de todos, la auto publicación existe.
(Más) Errores de diálogo que dan ganas de lavarse los ojos con lejía
Si pensabas del artículo anterior que era imposible seguir fastidiando a los diálogos, desengáñate. Siempre es posible hacerlo peor:
Cuando no se sabe que personaje está hablando
En una conversación de dos, tres es multitud. Ya bastante difícil resulta seguir el hilo cuando el narrador se equivoca en un diálogo ping-pong y se salta una línea, o cuando dos personajes hablan durante dos cuartillas sin marcas de referencia.
Si viene un tercero —un cuarto, un quinto— a meter la cuchareta, entonces la confusión se impone.
Guillermo, Ónix, Gustavo y el rapaz entraron a la taberna.
—Creo que ha sido un buen día
—Déjame que te suene la nariz.
—Me dan ganas de cerveza.
—Yo tengo hambre.
—Fabada y tragos entonces.
Puede que el autor piense que le ha dado a sus personajes voces tan distintivas que el lector tiene que ser tonto para no poder diferenciarlas. Pero acá habría que ver quién es el memo, cuando no se da al menos una referencia de quién es quién.
Cuando el escritor se cree que es una grabadora
Soy del criterio que un escritor, para reflejar un diálogo real, debe salir a la calle a escuchar cómo habla la gente, incluso grabadora en mano. Pero ya de ahí a detallar una conversación que no aporta nada a la trama tenemos una gran grieta.
No me voy a tomar el trabajo de poner un ejemplo, porque no quiero aburrir con cuatro cuartillas de una conversación trivial entre dos personajes. Porque eso mismo es lo que a veces sucede: en aras de la exactitud no se puede sacrificar el ritmo narrativo.
Un consejo: si se sustituyen las cuatro cuartillas por un “charlaron de naderías” antes de llegar a la parte importante de la conversación, el lector lo agradece. Se percata que, a partir de entonces, debe aguzar la oreja: habrá llegado la parte buena.
Cuando el mundo alrededor no existe
En ocasiones, el autor tiene tantas ganas de que los personajes comuniquen algo que se olvida que les ha colocado en un entorno que no es el apropiado… ni siquiera el lógico para decir tal cosa.
—Lo siento mucho —gritó Elba—. Acabo de romper el vial con ántrax en mi bolsillo.
Juanelo hizo una pausa, mientras el autobús atestado tomaba una curva pronunciada y sonrió con sorna.
—Más lo siento yo. Acabo de quitarle el pasador a la granada.
A menos que la intención de los personajes fuese provocar una estampida en el medio de transporte, esas cosas no se dicen así, sin mayores consecuencias para la escena. Crímenes espeluznantes, desviaciones sexuales, enfermedades terminales o conspiraciones a escala planetaria necesitan cierta privacidad para ser contados. Igual, el plan para derrocar al villano requiere del elemento sorpresa, porque contarlo con él delante es ligeramente contraproducente.
Cuando los personajes entregan su hoja de vida
En el mundo real, la gente no se describe a sí mismos de antemano a menos que estén presentándose en un concurso de televisión.
—Encantado de conocerte, y te alerto que dentro de un rato voy a necesitar ir al lavabo porque padezco de colitis. Pero, aparte de eso, me parece genial que nos estemos viendo y ya desde que hablamos por teléfono estoy casi seguro que al final de la velada te develaré que soy un ferviente defensor de los derechos de las zarigueñas neozelandesas.
Eso, o estamos en la primera cita con un narcisista que ni Narciso. Por cierto, quizá si el guía maorí de nuestra partida de caza se llama Narciso, valdría la pena que lo explicase en su primer parlamento. Cada excepción con su regla.
Cuando los diálogos los escribe Perogrullo
Muy cercano al Síndrome del Buen Doctor, están los diálogos del Amor Mío. Estos aparecen dolorosamente cuando dos personajes se cuentan cosas que son innecesarias entre ellos:
—Amor, como ya sabes, es necesario que partamos temprano mañana si queremos llegar a tiempo a la representación del Circo del Sol.
—Sí, cariño. Es necesario que tomemos el primer vuelo si queremos evitar que los rayos del amanecer quemen nuestras delicadas pieles vampíricas.
Estos diálogos se establecen entre los personajes nada más que para darle información al lector, pues es obvio que lo que transmiten ya los interlocutores lo sabían. Aunque en la vida real hay gente —como tu mamá— que te recuerda constantemente lo mismo, eso sobra en la narrativa.
El autor querer decir, pelo no pué
No hay nada más difícil de transmitir con la palabra escrita que un acento extranjero o un defecto de logopedia.
—Yo estar very orgulloso de que only one de our soldados murira hoy —dijo Sir Tomás, henchido.
—Mí no entendel polque chinitos tuvieron que il al flente de la batalla, pelo ¡Viva Cuba!
—Oztia puta! ¡Ezos gachupinez zí que zabía peleá!
—Pe…pe…pero yo-yo sí que.. que pa-pa-partí a…a…a u…no-nos diez millones setecientos mil quinientos dos.
Si la intención no es humorística, introducir estas imperfecciones del lenguaje oral en el escrito suena horroroso, porque además obliga al lector a traducir en voz alta para poder entender que narices dicen los personajes. Hay que ser muy hábil y cansar poco para que salga de forma legible.
Recomendación sabia entonces: acotar “Fulano hablaba con acento francés, arrastrando las erres” y luego poner sus parlamentos en perfecto español. Así, en modo traductor automático.
Por descontado existen muchísimos más errores a la hora de construir los diálogos, pero por el bien de los editores —y el tuyo propio— espero te lleves la idea. Así que ten en cuenta estos y los primeros diálogos horribles a los que me referí y destiérralos del habla de tus personajes, en nombre de la legibilidad y la paz de las imprentas.