Cómo resumiría mi hija: “discutir es expresar nuestros puntos de vista de forma violenta”.
Aunque después regresaremos al tema de las discusiones en las redes sociales —que para algunos troles es la razón de ser de estas—, cuando se establece un debate entre dos interlocutores hay más de una forma de viciar el diálogo.
No todo son gritos, pataletas y MAYÚSCULAS. Que me perdonen los defensores de los derechos animales, hay más de una forma de despellejar un gato. O, en el caso que nos ocupa, tergiversar una conversación de forma tal que la comunicación resulte imposible.
Una de ellas —¿o debo decir 20 de ellas?— son las falacias lógicas y argumentativas. Basadas en supuestos irreales, forzados o falseados no son muy fáciles de detectar y menos de contender contra ellas, pero si logras identificarlas… corre y sal de ese debate. De forma consciente o no, el que las usa está tratando de manipular el diálogo a un sitio que le resulte cómodo.
O quédate y debate, pero con una sonrisa en los labios y a sabiendas de los botones que está tratando de oprimir tu adversario. ¡Perdón! Interlocutor.
Las falacias y la lógica
En cuanto a falacias, nada nuevo. Ya Aristóteles había identificado desde la Antigüedad 13 de ellas en su Refutaciones Sofísticas, y la lista sólo se ha incrementado desde esa fecha.
Las falacias, sin entrar en disquisiciones filosóficas sobre el tema, no solo están en las redes. Están en la conversación normal, en los medios de comunicación, en la propaganda, el marketing y prácticamente cualquier área que implique un intercambio de información.
No deben confundirse con los sesgos cognitivos, que van más hacia efectos psicológicos que producen desviaciones en el procesamiento de lo percibido y estado de confusión, pero son netamente cognitivos y no intelectivos.
Los intelectivos son intencionales y son llamados sesgos preceptivos o —¿adivinaste?— falacias.
Ya sea que se usen de forma consciente o inconsciente, las falacias buscan confundirte activamente dentro de su discurso. Por eso, tal como lo enunciaba Epitecto, es muy probable que la persona que use falacias esté partiendo de un presupuesto falso y use cualquier argumento (o falacia) disponible para sustentarlo, porque considera que es su deber refutarte.
No obstante, el que usa falacias puede que ni siquiera se percate, porque estas están tan imbricadas en nuestra lógica que las empleamos tal cual… como ametralladoras bien adoctrinadas.
Es mejor conocerlas para identificar cuando las usan contra nosotros. Ya si las quieres emplear en tu discurso para escapar de un debate que vayas perdiendo, es problema tuyo y responsabilidad personal.
Tómalas a tu cuenta y riesgo, a sabiendas que se pueden reír en tu cara e invalidar tus argumentos de golpe y plumazo.
Las 10 falacias lógicas y argumentativas más comunes
Estas afirmaciones sin fundamento se dicen con convicción, como si fuesen hechos probados. Si se popularizan se convierten en dogmas, y son muy difíciles de desterrar, llevando a funestas consecuencias… como la convicción que los judíos eran causantes de todos los males de Alemania, por ejemplo.
1. Falacia “ad hominem”
En ella, se ataca a la persona que esgrime el argumento y no al argumento en sí. O sea, se rechaza la idea denigrando a la persona que la propone en base a sus características personales, antecedentes, apariencia física o cualquier cosa que no está relacionada con el punto de debate.
Por ejemplo: “Tú no eres gay, así que no puedes opinar sobre la comunidad LGBTI”.
2. Falacia del hombre de paja
Se basa en atacar una posición que el interlocutor realmente no está adoptando. Así, cualquier argumento ulterior parece débil, absurdo o poco fiable, y nuestra posición gana mucho más peso.
Por ejemplo: ¿Quieres bajar el precio de la piña? ¿Dices acaso que nuestro comprador es un incompetente y no debió comprar esa fruta?
3. Falacia de apelación a la autoridad (ad verecundiam)
En esta se trata de rebatir un argumento apelando a una figura de autoridad, sin tener en cuenta otras pruebas concretas que sí son pertinentes al debate en cuestión. Muchas veces estas autoridades no son relevantes, son inadecuadas o sencillamente son falsas.
Un ejemplo típico es el de “yo me visto de Adidas porque el cantante de Korn lo hace”. Jonathan Davis puede ser portador —incluso portavoz— de la marca, pero no es un atleta de alto rendimiento, por lo menos en mi conocimiento.
4. Falacia de falsa equivalencia
Es cuando se emplea una palabra ambigua para inducir al error. O sea, la persona parece estar diciendo una cosa, pero luego puede argüir que eso no fue lo que quiso decir en realidad. Es una especie de eufemismo para evitar usar palabras que en el contexto pueden ser desagradables.
Por ejemplo, reemplazar “plagio” con “homenaje”, “crisis económica” con “desaceleración de la economía”. O como diría el amigo Ulises Toirac encarnando a Chivichana: “No es un soborno. Es un regalito”.
5. Argumento “ad populum”
Esta falacia supone que algo es cierto, correcto o bueno porque otros están de acuerdo: si es popular, es bueno. Esta falacia es muy común en el marketing y, en general, en todo lo que tenga que ver con grandes masas.
Ejemplos se sobran, porque muchas personas beben alcohol, consumen drogas o fuman y eso no es necesariamente bueno. Ergo, el argumento “ad populum” es falso en su esencia.