La evolución nos ha hecho especialistas en reconocer patrones. Estos pueden ser visuales (como es el caso de la paraedolia), pero tampoco en la literatura se nos escapan los elementos repetitivos. Así, podemos adivinar características, motivaciones y situaciones afines para personajes que se repiten, en dependencia del género que leemos.
Según la regularidad y similitud con otros elementos que ya hemos identificado, estos patrones pueden dividirse en arquetipos, clichés y tropos.
¿Qué es un arquetipo?
El arquetipo es la columna vertebral que mantiene a un personaje en pie. Este define su participación en la historia y es culturalmente reconocible a golpe de vista: el héroe (y el antihéroe), el villano, el secuaz, el compañero…
No obstante, aunque cada categoría tiene un grupo de rasgos comunes y reconocibles, para que un arquetipo se transforme en personaje hay que «vestirlo» con características personales que lo diferencien de otros muchos que juegan en su novena de pelota. Sin estos rasgos, el arquetipo puede que cumpla su función, pero no tiene personalidad alguna.
Hay que dotarlo de un trasfondo, motivaciones, rasgos personales y muchos pequeños detalles que le darán complejidad.
Clichés en la literatura fantástica
Tomando de base el arquetipo, el cliché se establece cuando se ha vestido tantas veces a un tipo de personaje con las mismas ropas, que ya se adivina hasta del mal que va a morir.
En el fantástico, por ejemplo, es un cliché que el protagónico sea huérfano o haya algo enterrado en su pasado que lo convierta en el elegido. O que el tabernero ande limpiando los vasos con un trapo sucio. Son ideas que, aunque en un tiempo fueron originales y transgresoras, se han repetido tanto que ya resultan cansinas.
Robert E. Howard y su «Conan» es un típico ejemplo de un arquetipo que ha devenido en cliché. Si bien en su momento se contrapuso a la encumbrada fantasía heroica de Tolkien, el personaje del bárbaro con el torso desnudo, zafio, pelú, con músculos de toro, de mecha corta y con un arma arranca pescuezos en las manos está más que manido.
Por supuesto, la separación entre arquetipo y cliché es subjetiva y ciertamente difusa. Más que nada, la capacidad de un autor para identificar que está cayendo en un cliché es directamente proporcional a la cantidad de libros sobre el género que haya consumido. Muchos autores noveles abusan del cliché y tienden a descubrir el agua tibia: no leen y no se enteran de que ya fulanejo de tal instauró ese cliché en el acervo popular.
A medio camino (conocido, pero no manido) está el tropo. Digamos entonces que el cliché es un tropo en manos de un escritor que no le echa muchas gónadas al asunto.
El tropo literario
En su acepción más académica, un tropo es «una serie de giros del lenguaje que se utilizan con la finalidad de embellecer un texto, principalmente en el marco de la oratoria y de la literatura, alterando el uso común y cotidiano del idioma». En el sentido estricto, la metáfora, la alegoría, la hipérbole, la metonimia, el sinécdoque, la antonomasia, el énfasis y la ironía son tropos.
Pero estas figuras no son las que llamamos tropos acá. El tropo es un arquetipo ligeramente conocido, que le resulta familiar y atrayente al lector sin caer en el cliché. O sea, si el arquetipo es un maniquí por vestir, el tropo es ponerle encima una cota de malla para que el lector se diga «bien: habrá combates», pero no pueda adivinar al paladín vestido de punta en blanco.
Para que tengas una mejor idea, ¿has conocido a alguien por primera vez y has tenido la impresión de que te va a caer bien? Lo más seguro es que alguno de los rasgos de esa persona te recuerden a los de un amigo, así que gracias a tu capacidad de reconocer patrones decides que ese nuevo compañero es buena gente. Voila, he ahí un tropo.
El tropo hace que el lector se sienta seguro en el terreno que pisa, pero al mismo tiempo se interese en seguir conociendo acerca del personaje. Vamos, como un Conan forzudo, pero mujer, con camisa y que lea poesía.
El tropo y el lector
Releemos los libros por la misma razón que los niños pueden ver una y otra vez la misma película: ese acto nos da seguridad. Sabemos que vamos a encontrar y no nos decepcionó en su momento, así que revivimos las historias porque nos hicieron sentir bien.
Por la misma causa, una historia que nos brinde un elemento de familiaridad dentro de su imaginario nos anima a seguir leyendo. Queremos saber más sobre ese dragón, que quizás escupa hielo en vez de fuego, pero que tiene las mismas motivaciones. O del enano que no es tan bajito, pero que adora su forja y sus metales. Buscamos en la lectura algo que atrape por ser parecido, pero que anime por su diferencia.
El tropo es reconocible, funciona y ahorra tiempo. Como todo recurso, si se emplea mal puede dañar la historia y caer en el cliché, pero en ocasiones no necesitas tampoco dar la genealogía del comerciante que vende un pellejo de vino a los aventureros, ni la del borracho pesado al que el héroe machacará en la página siguiente.
Si piensas en ello, hay tropos en casi cualquier cosa que mires. El triángulo amoroso. La mujer fuerte. El elegido de Dios. ¿Son también clichés? Sí, pero como en la literatura casi todo ya está inventado, siempre puedes echar mano a un tropo… si lo cuentas de una manera diferente y personal.
10 Tropos muy repetidos
En lugar de pretender dar ejemplos sobre buenos tropos en la literatura fantástica, te voy a remitir al blog El último puente, dónde el amigo Cantallops ha traducido cientos de TV tropes al español. Siempre son una buena y divertida fuente de inspiración para un autor del género.
Lo que sí haré es mencionarte 10 que ya están tan manidos que sería inteligente evitar, o retorcerlos de tal forma que se conviertan en originales:
Todo es medieval
El género se ha asociado a lo medieval tantas, pero tantas veces que casi se han hecho sinónimos. De hecho, es el cliché por antonomasia de la fantasía y sí, fueron mil años en los que Europa se estancó… pero ya basta de usar ese período como molde para todas las historias. Aburre.
Los magos sabios de larga barba gris
Casi siempre los magos poderosos se visten con este uniforme. Y los maestros de artes marciales también. Para ser sabio no hay que olvidar afeitarse, digo yo. Estos seres de leyenda también detentan poderes indescifrables, que vienen a sacar las castañas del fuego en los momentos más Deus ex machina.
El señor oscuro de las pelotas
El malo es malo, pero tan malo, que cuando mea orina petróleo. Para reforzarlo siempre anda vestido de negro y su sola presencia acojona al más pinto de la paloma. Es el contrapeso del paladín impecable, e igual de aburrido. Su misión: conquistar el mundo y luego echarse una siesta o pegarse un tiro en la sien, supongo.
Elfos, enanos, hadas, gigantes y demás flora y fauna
Las razas mágicas clásicas están más repetidas que la morcilla. Y si el autor trata de esconderlas cambiándoles el nombre (silfos, por ejemplo), requeté peor. En los mundos medievales usualmente son plagas inamovibles, quizás con la honrosa excepción de The witcher, que empleó folclore propio y bastante desconocido. Meter a saco miles de razas mágicas no solo es cansino, sino incoherente para el worldbuilding.
De tabernas, posadas, bares y cantinas
Geniales para los juegos de rol, pero poco efectivas ya en las historias de fantasía. No es el peor de los lugares comunes si se manejan bien, pero si me sale un tabernero más limpiando el vaso con el delantal…
Huérfanos a diestra y siniestra
Sí, es cierto. En épocas pasadas, llenas de guerras de conquista y mala salud, el huérfano daba al pecho. Pero eso no quiere decir que SIEMPRE el protagonista ande solito por el mundo, sin un hogar al que pertenecer y motivado por la venganza. ¿Adivinas quién era uno de ellos? Conan, por supuesto.
La reliquia de la bomba atómica
Claro que tiene que haber objetos mágicos y misteriosos en la fantasía, pero a veces nos pasamos con el poder que estos acumulan. Es muy, muy poco probable que alguien con el potencial de destruir el mundo ponga ese poder en un objeto. Menos aún, que llegue a manos de personajes comunes y corrientes, y estos tengan la capacidad de utilizarlos. El anillo único se perdona, porque es papá Tolkien. Pero algo más allá de Excalibur ya me da repelús.
Y hablando del tema: el elegido
Otro gran cliché: el elegido. Que usualmente es huérfano. Y, además, adquiere un objeto de gran poder. Aunque es un arquetipo, se abusa a diestra y siniestra de sus potencialidades, hasta convertirlo en copias al calco de otros héroes. Si un personaje va a ser el elegido a lo Harry Potter, pues que esa condición aporte en algo a la historia.
Dragones y jinetes
Sí, amamos los dragones. Primero y más entrañable, nuestro querido Smaug. En las crónicas de la Dragonlance los explotaron hasta el cansancio y el agotamiento. A sus jinetes también, que repitieron en toda la saga de Canción de Fuego y Hielo. Pero vamos a ver si los tratamos con un poquitín más de originalidad y no los ponemos solo porque lucen bien, por San Jorge. A lo mejor hay otros bichejos que se adaptan mejor.
De varitas, báculos y cosas de poder
Hay que currarse el sistema de magia. Los objetos deben actuar como amplificadores, pero ya están tan empleados (desde los ilusionistas de la Antigüedad) que resulta un poco manidos. Quizás podemos poner la magia en un zapato y echar un taconeo para que surja. Ah, espera: eso hacía Dorothy, en el Mago de Oz.
Espero que estos consejos te sean útiles. Pero recuerda: no tienes que recorrer el camino del escritor tú solo. Puedes contactarme si deseas ayuda con tu obra, o solicitar los servicios que te ofrezco más abajo:
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