¡Mira, mamá, soy el antihéroe!

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En tiempos de moralidad dudosa y principios éticos con complejo de quimbombó, cada vez son menos frecuentes esos personajes puros y rectos que nos pintaban las novelas de caballería. Incluso la literatura infantil, con cierta tendencia a la edulcoración y a pintar en blancos y negros estrictos, está regresando a sus orígenes de que el fin justifica los medios.

Si bien no llega al extremo de unos Hansel y Gretel asando a la bruja a la parrilla, es destacable como la figura del antihéroe pintarrajeada de grises comienza a imponerse en la literatura fantástica y la no tanto.

Cum finis est licitus, etiam media sunt licita

Esta frase, preconizada por Hermann Busenbaum, jesuita alemán del siglo XVII, viene a resumir los códigos por los que se rige el arquetipo del antihéroe. Para este clérigo, si el objetivo era la defensa del catolicismo, Dios haría de la vista gorda al mentir, ejercer violencia u ocultar la verdad.

En tanto el resultado fuese positivo, los medios y las motivaciones del antihéroe puede que no lo sean tanto. Esta alternativa de lo ilegal como forma de restablecer el orden correcto de las cosas haría vomitar a un Amadís de Gaula —aunque queda claro que la vida de un caballero errante no era tan casta ni limpia como la pintan, y muchos escuderos del medioevo podrían dar fe de ello en los azotes en sus espaldas—, pero tienen un asidero muy importante para el autor literario.

Y es que al final nuestros personajes, aunque sean soles, han de tener manchas para que sean creíbles. Mucho se ha criticado a estos héroes impolutos, hasta llegar en muchos casos a la conclusión que los villanos eran por mucho más interesantes y dignos de admiración. La razón es sencilla: como ellos, nosotros también nos dejamos arrastrar de cuando en vez por las bajas pasiones y hacemos las cosas no de la forma correcta, sino de la manera más expedita.

Sencillamente, está en la naturaleza humana desde hace milenios. Si necesitan pruebas, me pongo bíblico: quien nunca ha pecado que tire la primera piedra.

El antihéroe como protagonista de su epopeya

Lo dicho: mientras más real y cercano sea nuestro protagónico, más fácil será para el lector identificarse con él y adentrarse en su psicología. Todos estamos expuestos —sino tentados— a cometer pequeños actos de maldad, por lo que los caballeros de la Mesa Redonda o los guerreros impolutos de la fantasía épica estilo Tolkien son ligeramente duros de tragar.

Pero como a Lancelot  se le iba la olla por la Ginebra (los eruditos no se ponen de acuerdo si por la bebida o por la mujer de Arturo) y Boromir perdió el aceite por el anillo de Frodo… bueno, ya se nos vuelven más creíbles. Incluso podemos hasta justificar las motivaciones para cometer actos desleales, con lo cual ya el autor se anota un punto a favor en su construcción de personaje.

En un universo que adora los grises, los estereotipos del héroe y el villano se desdibujan cada vez más. Así, el malo de la historia comienza a cubrirse de traumas y motivaciones que nos inducen a pensar que al final sus acciones tenían una justificación. Al mismo tiempo, el compás moral del bueno no siempre apunta al norte, sino que se tambalea ante ciertas motivaciones y se deja arrastrar por las circunstancias.

Este cambio de paradigma tiene mucho que ver con aquellos que hicieron popular en el mundo entero las historias de buenos y malos: los comics. Pasada la Guerra Fría y quizás mucho antes, antihéroes como Frank Castle (The Punisher), “V” oculto bajo la máscara de Guy Fawkes o los Watchmen rompieron la burbuja del héroe como caballero andante y dieron cabida a la mentalidad de que el fin justifica los medios, por violentos, crueles o ilegales que estos fueran.

Para más ejemplos baste mencionar a Spawn, Deadpool, Lobo, el Motorista Fantasma, Jhon Constantine… todos ellos personajes entrañables que por sus desmanes se han ganado un lugar especial en nuestros corazones, y por las vías que sea logran realizar el trabajo al final.

De los males, el menor

Asocial, cruel, desagradable, enajenado, lamentable, megalómano, misógino, obtuso, ordinario, pasivo, sádico… estos y muchos otros calificativos que no parecen ser adecuados para nuestro protagonista son elementos que le aportan credibilidad y color.

Según el filósofo Michael Walzer, algunas situaciones justifican implementar acciones moralmente censurables, pero una vez que pasan corresponde aceptar el castigo correspondiente. En el antihéroe esto se traduce en pesadas cargas que arrastra hacia la redención, pero eso ya viene desde los 12 trabajos de Heracles (o Hércules, según sea griego o latino): recordemos que tuvo que cumplirlos tras haber asesinado a su esposa, sus dos hijos y dos sobrinos que andaban en mala hora y lugar.

Así que, pequeño saltamontes, no temas bajar de su pedestal dorado a tu héroe de ensueño y arrojarle un par de conflictos existenciales y costumbres poco ortodoxas. Recuerda que tampoco estás descubriendo el agua tibia, incluso si tu reino es el de la fantasía épica. Ya lo hizo Robert Ervin Howard con Conan y Salomon Kane (que también salió de su imaginación), y tan bien que se le considera junto a Tolkien padres de la fantasía épica.

O Cervantes, con su Quijote antihéroe que fallaba más de lo que desfacía entuertos. También ese misterioso y prolífico escritor llamado Anónimo, con La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades.

Es tiempo otra vez de antihéroes. ¿Cuáles son tus favoritos?

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2 comentarios en “¡Mira, mamá, soy el antihéroe!”

  1. ¡Hola, Alex! vengo a rajar un poco a jja ja ja j Creo que al final todos queremos sentirnos un poco identificados y no sentirnos carnaza para el mundo. porque sí, el que no haya pecado, que tire la última piedra. o bueno, quizás es darle cabida a que no todo se vive de mundo de rosa, que el drama es muy de nuestros días y de nuestro día a día. El problema es cuando, te sale rana y los lectores creen que es demasiado duro para ser leído. Desde mi punto de vista, no hay mal que por bien no venga que ya tuvimos el drama de Candy Candy y aun con esas seguíamos diciendo que, era muy bonita la serie. No sé con qué estómago lo veríamos ahora. De canciones que, que hoy serían impensables y de formas de proceder cómo bien explicas que siguen dando qué hablar. En mi opinión, eso es que lo que hace diferenciarse del resto. Y ya paro ja ja ja ja ja me ha gustado mucho tu entrada, sobre todo, porque tengo algunos relatos tristes pero que no han tenido el valor que se merecía. Pero sarna con gusto, no pica. Sigue así, compañero. Feliz semana!!! K’

    1. ¿Qué decirte? A mi parecer, si no hay conflicto no hay literatura. Cualquier extremo es imposible de sostener: ni el malo es la oscuridad encarnada ni el bueno debe tener alitas. Me viene a la mente el Drácula de Coppola: ok, malo a más no poder, pero en busca del amor perdido.

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