Los cuentos de hadas existen desde los albores de la Humanidad. Contar historias está en nuestra naturaleza como entes sociales, y no es difícil imaginar un grupo de nuestros antepasados alrededor del fuego en una caverna, entreteniéndose con historias antes de dormir.
Quizás estas fueron simplificadas y adornadas para que los mensajes de alerta hacia los más pequeños de la tribu calaran más profundo. Al fin y al cabo, nuestros hijos representan el futuro de la estirpe, así que es mejor infundirle un poco de miedo a los peligros reales del mundo.
Esa curiosidad innata de los pequeños es muy útil, pero también puede resultar temeraria. Así que los cuentos de hadas —no tan ingenuos ni edulcorados como los recibimos actualmente— tuvieron un papel importante en la supervivencia del hombre como especie.
¿Por qué amamos los cuentos de hadas?
Aunque ahora el mundo es mucho más seguro que antes para nuestros niños, los cuentos infantiles no han perdido vigencia, valor, ni importancia.
En primer lugar, cuando los niños pasan de escuchar las historias que les narramos a querer conocerlas por sí mismos, es que descubren y llegan a amar el proceso de la lectura. Querer imaginar las historias que leen es el primer encuentro con el maravilloso mundo de los libros, y el escalón para otras lecturas más profundas.
Los cuentos de hadas son, entonces, parte ineludible en el crecimiento infantil. De hecho, en muchas familias se repiten generación tras generación las mismas historias para dormir, y gracias a ello se han rescatado de la tradición oral muchas narraciones que son hoy íconos de la literatura infantil.
Los cuentos proporcionan al niño una respuesta saludable a su necesidad de que la imaginación se estimule, relacione elementos entre lo real y la fantasía e intercambie con su percepción del mundo. Esto sin dudas cimenta su desarrollo cognitivo, social y emocional.
Cuentos para crecer bien
Aunque el concepto de terapia es bastante reciente, si analizamos las historias de hadas con la lupa de un psicólogo es fácil darse cuenta del papel positivo que estas pueden tener sobre el desarrollo de la psique y la personalidad de un infante.
Si las miramos con el prisma de un pedagogo, estremece darse cuenta que la narración de historias amenas es, en cierta forma, la base original de toda la pedagogía. Cuando la palabra escrita no existía, los más ancianos debían enseñar a los más niños las habilidades necesarias para la supervivencia. Eso, mientras los adultos más aptos garantizaban el alimento para la tribu.
Por lo efímero de la palabra al viento, nunca sabremos si esos primeros maestros se valieron de cuentos de hadas para transmitir de forma amena esas enseñanzas. Pero, comenzando por la Epopeya de Gilgamesh, los registros escritos de cuentos de hadas abundan.
Si esto no te convence, he aquí un resumen:
Los dioses enviaron a Enkidu para que luchara contra Gilgamesh y lo venciera. Pero la lucha se torna muy pareja, y Enkidu reconoce a Gilgamesh como rey y los dos luchadores se hacen amigos. Juntos deciden hacer un largo viaje en busca de aventuras, en el que se enfrentan a animales fantásticos y peligrosos.
Si esto no es el comienzo de un buen cuento infantil, no sé qué lo sea.
El efecto positivo de los cuentos de hadas
Pero está estudiado y establecido por la ciencia moderna que la lectura de los cuentos desencadena unos procesos importantes: nos sentimos identificados con los personajes, nos dejamos transportar hacia los mundos imaginarios, utilizamos una forma lúdica para entender los sentimientos más complejos.
Por esta razón, además de entretener los cuentos infantiles son una herramienta educativa muy eficaz. Los niños se reconocen en los protagonistas de los cuentos. De esta forma, pueden experimentar las mismas emociones que el héroe y reconocerlas en sí mismos. Esto les permite nombrarlas y expresarlas.
Los cuentos también enseñan pautas de comportamiento para responder ante las situaciones nuevas, gracias al pensamiento mágico. Este tipo de organización mental permite crear un modelo simplificado de la realidad y decidir de antemano las consecuencias de sus acciones como si fuesen un cuento, antes de llevarlas al plano real.
En este sentido, cada cuento le permite aprender una lección que puede aplicar durante su crecimiento, y le da una forma preconcebida de responder ante los cambios en su entorno. Los cuentos también transmiten enseñanzas morales y sociales, que les permiten afrontar los conflictos internos típicos de su edad —del tipo, quizás, “si miento me crecerá la nariz como a Pinocho”.
Tan importantes son los cuentos que existen, de hecho, técnicas psicológicas que se basan en ellos para conocernos a nosotros mismos. Hablamos de la cuentoterapia, que debe su nombre al psicólogo español Antonio Lorenzo Hernández Pallarés. Establecida a inicios del siglo XXI, se basa en las propiedades sanadoras de de los cuentos tradicionales.
Gracias a los mapas psicológicos subyacentes en estas historias, se puede sacar provecho de ellos para reconocer las emociones y el lenguaje simbólico en cada uno. Esto no solo es provechoso para el niño, sino que ayuda al adulto a mantener la memoria del pasado, imaginar el futuro y expresar el presente.
Así que no se debe subestimar la importancia y el impacto de los cuentos infantiles. Ni manipularlos sin saber exactamente lo que estamos haciendo. Muchas veces, desde nuestra perspectiva de adultos, pretendemos modificarlos para que se amolden a la forma de pensar que reconocemos ahora como válida y políticamente correcta. Pero eso es mejor dejarlo al análisis de los expertos.
Yo, en tanto, prefiero ceñirme a lo tradicional: el sapo tiene que ser besado, Caperucita acosada por el lobo, Cenicienta ser esclavizada por su madrastra…
Y Blancanieves debe morir… tal vez, soñar.
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