(Aclaración pertinente: este cuento forma parte de un ejercicio de Taller 9, en que tiene que
usarse un grupo de palabras y una frase específicas. Estas están señaladas en negritas en el texto).
Su alegato fue, para resumirlo en un solo adjetivo, brillante. Erguido sobre el podio, esperó por un momento —que resultó ser largo hasta el absurdo— que la audiencia dejase de vitorearlo, saludándola con su boina. Pero el foro estaba dominado por una especie de frenesí.
No obstante, resultaba evidente que su ardiente discurso encontró una barra de hielo en el tribunal. Confuso, repasó mentalmente su presentación para encontrar algún punto de divergencia, pero no pudo hallar un solo fallo: su argumento para ocupar la vacante entre sus pares era inquebrantable. Bastaba ver cómo todos sus colegas le apoyaban, batiendo palmas y silbando alabanzas, demandando con urgencia que los doctos catedráticos le permitiesen tomar el juramento y ocupar la silla de honor, ahora vacía.
El señor Z, presidente del tribunal, silenció el griterío imperante con un gesto efectivo. Una sonrisa cruel le torció la boca, mientras jugaba con un vaso a humedecer las palabras que pronto saldrían de ella.
—Este jurado desea agradecer al postulante por el contenido de su discurso. Pero antes de proceder a la consulta final, existe un aspecto que me gustaría que aclarase. ¿Qué motivo le ha movido a ambicionar el puesto cimero de nuestra ilustre Academia, cuando tan poco uso hacemos de usted en estos aciagos días que corren? ¿No es acaso un imitador disfrazado para engañarnos, tal como lo hizo en su momento el señor Ch o don Ll?
El rugido de protesta del auditorio fue unánime. Los presentes comenzaron a declamar, airados:
¡4200 veces salta la eñe, esta ene palíndroma con boina,
en la más española de las obras de La Mancha!
No tanto como para que don Alonso se moleste,
pero lo suficiente para recordar que,
por extraños o desnudos ante el mundo,
no dejamos de ser señores de lo que él depara.
Gracias entonces, Cervantes, por la Eñe,
por no hacernos sentir pequeños,
aunque los que soñamos seamos minoría.
El señor Ñ, aún de pie sobre el podio, se caló la virgulilla hasta las cejas. Para que no le vieran llorar de felicidad.
–Álex Padrón, 23 de abril de 2022
Sirva este ejercicio como mi modesto homenaje al Día Internacional del Libro y la Lengua Española.