¡Maldito seas, adjetivo!

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Uno de los errores más comunes y atrayentes para el que empieza a escribir es el uso indebido (léase exagerado) del adjetivo. En ello tienen mucha culpa los autores que nos precedieron y que ahora son maestros indiscutibles de la literatura fantástica, como Poe, King y, en grado mayúsculo y superlativo, nuestro inefable e ineludible Howard Phillips Lovecraft.

Pese a su relevancia indiscutida e indiscutible dentro de la literatura fantástica y ese terror cósmico que emanó de su mente privilegiada, Lovecraft no es un ejemplo de buen escritor. Antes que me devoren y entreguen mi corazón a los dioses aztecas, tengan en cuenta que hablamos de un autor con una obra publicada que se puede denominar como exigua. Además, siempre en torno a las revistas pulp de la época, las cuales pueden considerarse cualquier cosa, menos tratados de buen estilo literario.

Y no lo digo yo: lo dice él mismo, mientras se queja de lo mal escritor que es en su muy fecunda obra epistolar —la cual, según sus estudiosos, asciende al menos a 10 volúmenes de 1000 cuartillas cada uno.  Aunque fue un soñador prolífico que inspiró a muchos coetarios y a miles de escritores luego, aunque sus criaturas de pesadilla son objetos de culto… Lovecraft es el ejemplo clásico de escritor que cuida más la historia que el estilo para contarla.

Y no, no debe ser imitado por ningún escritor que comienza. Ya sus malas copias hacen legión.

Pulcro desde el comienzo

Lovecraft y muchos de los que le siguieron eran hombres de su tiempo, y como tal utilizaban los recursos que tenían a su alcance y gustaban. Lo que andaba de moda era el estilo recargado de la noche gótica, así que vertían carretones de adjetivos rimbombantes —si más de uno, mejor— en todas y cada una de sus composiciones. Al final, como estaban escribiendo para revistas donde la historia importaba más que el estilo, tampoco ellos se preocupaban en exceso por otra cosa que no fuera sorprender.

A esto, sumemos que, como escritores angloparlantes, toda esa ola del fantástico nos ha llegado gracias a traducciones… casi nunca bien hechas y con construcciones muy raras de adjetivos. Aunque hablaremos de esto en otro momento, ni por asomo pienses que un traductor cualquiera puede llevar de forma sencilla una obra de un idioma a otro: se necesita, además, que ese traductor sea un lector del género que traduce y pueda interpretar los códigos del autor hacia otro idioma.

Pero vamos a lo que nos ocupa en el día de hoy, sin más dilación:

El camión de volteo de adjetivos

Aclaro que los adjetivos son palabras imprescindibles en nuestro idioma, tanto como en cualquier otro. Modificando al sustantivo con él, logramos describir en un solo golpe de tecla características que de otro modo nos tomarían cuartillas de rodeos inútiles. El adjetivo ambienta y describe: usado con tino, es una de las mejores armas a nuestra disposición.

Pero las armas las carga el diablo. Obsesionados con transmitir la idea en nuestra mente y que el lector quede atrapado en la historia, nos ponemos bordes con la descripción de personajes y situaciones.

Y es entonces cuando se nos monta el espíritu de Salgari y nos gastamos tres cuartillas en describir a un personaje (que tal vez sale brevemente en esta escena y ya) desde el papel que tiene por casualidad pegado en la bota hasta el pelo más alto de su cabeza. Con ello, por supuesto, le endilgamos decenas de adjetivos. Igual detalle ponemos en los paisajes, porque tenemos que contarlo todo y para eso regalamos adjetivos como caramelos en Halloween.

Aquí hay que amarrarse bien el cinturón y recordar el principio de la austeridad en la literatura, donde menos es más. Puede que esta economía de recursos te duela, pero si puedes usar dos palabras para describir algo, nunca emplees tres. Con el exceso de adjetivos no estás reforzando una idea, estás siendo redundante.

Más problemas con el adjetivo

Esos tipejos conflictivos te van a seguir dando dolores de cabeza. Y es que no solo influye la cantidad de adjetivos que uses sobre un sustantivo, sino que también la posición en que los colocas afecta.

¿Anteponer adjetivo, o colocarlo detrás del sustantivo? Técnicamente hablando, ambas posiciones son perfectamente válidas y en muchos casos pueden emplearse de forma indistinta. De hecho, hay expresiones donde es lo correcto anteponer el adjetivo: alta mar, largo plazo, libre albedrío, mero trámite. En los gentilicios siempre se emplean detrás, como «turista alemán» o «conquistador español».

Pero en el castellano uno más uno no siempre es dos: poner el adjetivo delante o detrás puede cambiar el significado de la expresión. No es lo mismo «traje nuevo» (sin estrenar) que «nuevo traje» (nuevo para mí, pero igual puedo haberlo adquirido de segunda mano).  O «pobre caballero» (algo malo le pasó) que «caballero pobre» (se arruinó el hidalgo).

El adjetivo y el lenguaje rebuscado

Y rematamos con otro vicio dantesco de aquellos que comienzan a machacar teclas: tratar de aparentar una cultura y maestría que aún no tienen hablando con más prosapia que cualquier docto ocupante de una silla de la RAE.

Incluso los que ocupan sillas de la Real Academia y también comparten el oficio de escribir, no se expresan así ni jugando, aunque pudieran. Voy a poner como ejemplo a uno de mis autores preferidos: Arturo Pérez Reverte. El que piense que ese señor no puede ser arcaico y rimbombante, es porque no ha leído su discurso de entrada a la RAE, o sus novelas de las aventuras del capitán Alatriste. Pero poder hacer no es equivalente de hacerlo.

Incluso en las novelas de corte histórico («Sidi», por ejemplo) Pérez Reverte evita en la medida de lo posible el lenguaje rimbombante y tiene una buena razón para ello: en la medida en que, sin concesiones facilistas, el lenguaje se adapta al tiempo de los lectores, pues más lectores tendrás.

El que comience por su camino en las letras, que escuche esto: eso de «escribir debería ser una actividad sin ataduras», es más falso que una moneda de dos pesos. Somos escritores y nos debemos a quienes nos leen, lo cual no quiere decir que se lo tenemos que poner todo masticado al lector. Pero tampoco es menester de obligarlo a leer con un diccionario al lado, solo para demostrar cuantos sinónimos y antónimos conoces.

Sin perder referentes…

 Si ves en tu obra una construcción ampulosa, densa y rimbombante (y he usado tres adjetivos a propósito), busca la forma de decir lo mismo de forma sencilla. El lector no tiene que ser un erudito sobre vocablos arcanos, porque es —¿cómo tú?— un hombre de este tiempo. Y aunque te resulte épica tu forma de describir (y te recuerdo que muchas veces has leído malas traducciones) no te estás haciendo ningún favor.

La literatura evoluciona según lo hacen sus lectores y, a pesar de que eso no quiere decir que escribas con emojis, tienes que adaptar tu discurso a los tiempos que corren. Recuerda que ya Lovecraft, Cervantes, Pérez-Galdós, Tolkien y muchos otros ya sentaron cátedra. Escribir como ellos no te va a traer lectores, así que es mejor que combines el estilo que te gusta con el que se ajuste a tus lectores.

Ten en mente que elaborado, épico y culto no son antónimos de fluido, natural y agradable. El libro es cosa de dos: del que tiene una historia que contar y del que lee. Así que pastorea bien tu adjetivo y adelante, que removiendo genitales se aprende a emascular.

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1 comentario en “¡Maldito seas, adjetivo!”

  1. Gracias por compartir de tan brillante, enriquecedora y profunda manera un gran tema digno de nuestra firme atención, camarada XD. Ya bromas aparte lo disfruté mucho. Es como dices, uno empieza a escribir y cree que tiene que describir hasta el fango del camino (porque así el lector va a captar mejor la cosa jjj), pero entonces lo que te sale es un tocho que divaga a más no poder. Valen más tres líneas elegantes que un párrafo vacío lleno de adjetivos. Pero lograr las tres líneas elegantes es una faena que lleva tiempo y horas de vuelo. Es un buen consejo ese de ir con buen tino a la hora de redactar y que menos es más.

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