Falacias en la discusión: viciando el diálogo (Final)

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Que sí, que sí… que ya termino con esta serie sobre las falacias que se utilizan para escapar cuando no hay argumentos válidos para debatir. No siempre son evidentes, pero ¡cuánto placer nos causa cuando el interlocutor echa mano de ellas para escurrir el bulto!

No obstante, lo dicho: cuando la falacia aparece, lo mejor es dar la espalda y marcharse. Nuestro interlocutor ya no quiere establecer ningún tipo de diálogo, sino ganar la discusión a toda costa y sin ningún coste. De hecho, cree que está en su deber de aplastarte, así que tomamos las palabras de Epitecto y a silbar a la vía.

Como dice el dicho, “a palabras necias, oídos sordos”. O también “Padre, perdónalos, que ellos no saben lo que hacen“.

Argumentum ad crumenam o apelación a la riqueza

En esta falacia se plantea que algo es cierto porque lo dice un rico o ha generado riqueza. De esta forma, se asume que si A ha generado ganancias, es porque algo bueno tendrá. Por supuesto, es posible que de hecho un acto o producto que resulte rentable tenga muchos valores añadidos. Pero el hecho que genere ganancias es debido a sus características o estrategias únicas: el dinero en sí no involucra un planteamiento verdadero.

Un ejemplo típico de esta falacia es la pregunta “si eres tan inteligente, ¿por qué no eres rico?” o “Si lo dice un millonario, tiene que ser verdad”.

Argumento ad nauseam

Es cuando se afirma que un planteamiento es cierto porque se reitera constantemente, ya sea por una o por varias personas. Es típico de la forma en que se asientan las leyendas urbanas: repetidas por muchas personas, terminan afirmándose en las creencias populares… como los OVNIS o el yeti, que pese a estar basados en falsas evidencias o timos incluso desenmascarados aún una parte de nosotros duda de su falsedad.

El nombre deriva de un debate que se alarga hasta que una de las partes se rinde por puro cansancio, concediendo validez a un argumento que se reitera tanto que termina siendo verdad. Los bulos (fake news) se nutren de esta falacia, tratando de tener eco en la mayor cantidad de medios posibles.

Argumento ad novitatem o apelación a la novedad

Como su opuesto, la apelación a la tradición, no todo lo nuevo tiene que ser per se mejor que lo anterior. La validez de un argumento debe basarse en hechos o evidencias, no en la novedad. No todos los cambios son beneficiosos, correctos o válidos.

Un ejemplo de risa es el sistema operativo Windows Vista. No por ser más moderno era para nada superior al Windows XP y dejó mucho que desear como experiencia de usuario. Y sí, soy de los que aún tiene instalado el Windows 7 y no ruedo el Windows 10. ¿Algún problema?

Falacia de composición

En ella, se infiere la certeza de un argumento analizando sólo una de sus partes componentes. Es afirmar que como esta pieza está hecha de metal y no se puede romper con un martillo, la maquinaria a la que pertenece tampoco puede quebrarse a golpes.

Un ejemplo típico sería afirmar que como un corredor gana una carrera si corre rápido, si todos los corredores corren también rápido todos pueden ser vencedores al mismo tiempo. O que si un miembro de un partido X es deshonesto u honesto, todos los miembros de ese partido tendrán la misma característica.

La falacia del jugador o falacia de Montecarlo

Se argumenta que los hechos pasados tienen efecto sobre hechos futuros que dependen por entero del azar. Pero los dados no tienen memoria, así que quien cree en esta falacia puede irse preparando para perder muchísimo dinero en los juegos de azar.

Así, la posibilidad que en una temporada ciclónica no aparezcan más organismos porque ya pasaron tres huracanes no es real. Que se formen nuevos sistemas de bajas presiones depende de factores que nada tienen que ver con el pasado.

Falacia de la pregunta compleja (plurium interrogationum)

Esta falacia se evidencia cuando el contendiente hace muchas preguntas complejas, en espera de encontrar una para la que no se tenga respuesta y aferrarse a ella para destruir los argumentos de su oponente.

La falacia radica en que se centra en un tema que no tiene que ver con el debate. Por ejemplo, una pregunta como “¿Sigues llevando a tu hijo al parque los domingos?” puede tener una respuesta positiva o negativa, pero implica que el interlocutor tiene un hijo y al menos alguna vez lo llevó al parque los días domingo.

Para eludir esta falacia es mejor no contestar, o hacerlo con una pregunta sobre las verdaderas intenciones tras la pregunta compleja, o negar lo que se está presuponiendo en la cuestión. Por ejemplo, la pregunta “¿Todavía golpeas a tu mujer?” asume que en algún momento se ejerció violencia física sobre el cónyuge. Responder sí o no es admitirlo, pero una respuesta categórica de tipo “Yo NUNCA le he pegado a mi mujer” zanja la cuestión.

Falacia de reductio ad Hitlerum (reducción a Hitler)

Esta falacia asevera que si alguien que se cataloga como negativo comparte la idea de la premisa, la premisa tiene que ser por fuerza mala, errónea o negativa. Por ejemplo, Hitler era vegetariano, por lo tanto debemos comer animales porque el vegetarianismo es malo.

De la misma forma, como los miembros de ISIS comen cordero o usan Facebook para reclutar, debemos abstenernos de comer esa carne o usar esa red social, porque nos convierte automáticamente en malvados.


Hasta aquí nuestro recuento de las falacias en una conversación. Hay unas cuantas más, pero no nos referiremos a ellas para no atiborrarte, querido lector, de información.

Si me dejas un “me gusta” y un comentario para saber que el tema te ha resultado interesante, prometo que dentro de muy poco me referiré a otra forma de manipulación mucho más sutil. Esta depende de cómo nuestro cerebro reacciona de forma intuitiva a determinadas argucias: los sesgos cognitivos.

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