Pecados que no se comen (si eres escritor) I

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¡Ah, los pecados capitales! ¡Esos que son ilegales, inmorales o engordan, en palabras del gran filósofo brasileño Roberto Carlos!

Y que no se me ofendan los creyentes porque tome los pecados capitales pa mis cosas, porque ni están enunciados en la Biblia ni se derivan de ella. Los pecados son esos vicios tan humanos que nos definen y viven en cada cabecita loca (el término “capital” (capus-cabeza) no define la relevancia, sino la procedencia) esperando una debilidad para aflorar.

Fue Cipriano de Cartago (f. 258) quien los enunció y no eran 7. Sus ocho faltas graves a la moral cristiana eran soberbia, la avaricia, la envidia, la ira, la lujuria, la gula, la pereza… los 7 de toa la laif, más uno bastante extraño: la tristeza.

Luego el papa romano san Gregorio Magno (circa 540-604) fue quien eliminó la tristeza de la lista, considerándola una especie de pereza.

Qué dura es la vida de un león de circo

¡Ah, cuan atrayente es la vida de un escritor! ¡Qué glamorosa, bohemia, desenfrenada, misteriosa…! ¡Cómo brillan los ojos de muchachos y muchachas cuando uno hincha el pecho y exclama “yo soy escritor”!

Y un carajo.

La vida del escritor es pobre, ingrata y muy, muy difícil. Tanto, que la mayoría de ellos prefiere conservar discretamente un puesto de oficina para garantizar la comida, reservando —sacrificando— las horas de descanso al escribir. Unos pocos tienen la suerte de que sus puestos de trabajo tengan que ver, a su vez, con la cultura y con mucho azar con la literatura propiamente dicha. No son raros los escritores que a su vez fungen como editores, promotores culturales, bibliotecarios, periodistas y trabajos afines.

Pero la meta de un escritor es y será siempre vivir de lo que escribe. Por fortuna, mal que bien, eso se puede lograr… siempre y cuando no agregues apellidos e intentes vivir de escribir sobre lo que te gusta. Entonces, seguro que se te trabará el paraguas.

Quedemos claros de una cosita. Pocos, sino ninguno de los escritores que hoy en día viven de los derechos de autor de sus obras han escrito siempre sobre lo que han querido. Para poder sujetar la pluma —hoy en día, aporrear teclas— es necesario primero haberse llevado un trozo de pan a la boca.

De igual forma y aunque el oficio de escritor es el más solitario del mundo, si no hay un sistema familiar de apoyo todos los escritores terminaríamos en manicomios. Que igual ha pasado, ¿eh? Así que se hace necesario no sólo alimentarse uno mismo, sino contribuir a alimentar a los demás.

No todo el mundo tiene un Engels que lo mantenga, así que hay que prepararse para escribir mucho de todo y de todos. Porque vivir de escribir es un trabajo a tiempo completo, que requiere también sacrificios y mucho de transpiración antes de alcanzar fama y renombre.

Y aún después. Ni te creas que el león de la Metro rugía para que le aplaudieran. Rugía de hambre, que carajo.

Pecad, escritores, pecad (pero no olvidéis comer)

Así pues, sobran ejemplos de escritores que se han tenido que poner al servicio de los centavos para comprar la gasolina que luego alimentó sus rutilantes carreras. Sin ningún esfuerzo mental diré Poe, Martí y Hemingway, y quién pretenda desmentirme le tiro una trompetilla.

Para más razones, incluso la tarea de ser mercenario de la palabra puede resultar en el fraguado de obras maestras, que ahora pertenecen a la literatura universal. Y no necesariamente de forma póstuma: el folletín de publicación periódica, fácil de leer y muy popular en su tiempo, dio fama y fortuna —dilapidada, porque esos sí que eran bohemios— a autores como Verne, Salgari y Dumas padre e hijo.

El grandote escribió “Los tres mosqueteros”, “El tulipán negro” y “El conde de Montecristo”, y estas son solo la punta de un iceberg de más de 300 obras publicadas —aunque se le acusa que tenía una cohorte de escritores fantasmas que desarrollaban sus ideas, encabezada por Auguste Maquet. El chiquito “La dama de las camelias” y más de 20 novelas más.

Ambos tuvieron clarísimo que escribiendo se podía vivir. Antes que salten los ofendidos de la época, eran mestizos ambos, y descendientes de haitianos. Dumas abuelo incluso tuvo que pasar una temporadita como esclavo, antes de destacar como general francés.

Pero, al final, la pulieron con las letras. No pecando de esas tantas quejas que escucho hoy en boca de muchos colegas, viejos y jóvenes, y que en definitiva no les van a dar nunca de comer.

Cómo el espacio es poco y tu paciencia, querido lector/escritor, es menos, voy a enunciar los pecados que no se comen en el post de mañana. Pero como aperitivo y para que no me acuses de crear falsas expectativas, te dejo con el pecado apócrifo, ese que no incluyeron en la lista de los 7.

Pecados que no se comen: la tristeza

Una de las 6 emociones básicas, la tristeza ha sido siempre una marca distintiva de muchos escritores. La baja autoestima y un estado de ánimo melancólico, triste y apesadumbrado parecen rodear la mística del novelista… y ya lo creo que funciona en muchos casos.

Pero una cosa es lo que proyectamos y otra lo que vivimos: aunque no niego que de cuando en vez cierta dosis de tristeza nos pone en contacto directo con el ser mágico en nuestro interior —y es un estado perfecto para escribir poesía—, no podemos darnos el lujo de vivir dominados por ese sentimiento.

Por el contrario, es más sano canalizar la tristeza hacia el papel que sentarnos a darle vueltas a la latica. Un gran amigo de antaño —muchas gracias, Fabricio— me transmitió un buen consejo para lidiar con la tristeza, que ya me rondaba en mis primeros años como escritor:

“Permítete dos días de depresión, una vez por mes. A ser posible, programados”.

Lo creas o no, funciona y tiene la misma base neurológica que mirar películas de terror. Luego de apelar a otra de las emociones básicas (miedo) y superarla, el cerebro te llena de neurotransmisores de recompensa.

Ahora bien: si te da tristeza el no escribir, le das la razón al papa Gregorio. Eres vago y perezoso. Porque la tristeza no te deja ver las cosas buenas que sí te están pasando. Si la vuelcas al papel, puede que incluso la vendas. Pero envolviéndote en ella como Harry Potter… te harás igual de invisible.

(Continuará)

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3 comentarios en “Pecados que no se comen (si eres escritor) I”

    1. ¿Aprovecha los de la menstruación entonces? Que conste, son de tristeza… y esa, por estos días, cuesta trabajo que llegue 😁😁😁

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