El lugar de mis consuelos

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Mis peores rivales no están vivos,
es un hecho simple y quizás por eso
es que me aventajan con largueza
sin siquiera hacer ni un puto esfuerzo.

Solo deben acechar en tu memoria
y ser tan luminosos como tus ojos vieron.

Fue tan breve y corto el tiempo que brillaron
para luego marchar, que no tuviste tiempo
de reparar en sus errores, sus manchas,
sentir miedo, o insultada, o dolida…

Bien sé, aunque tanto me ofenda
que su grandeza radica en solo eso.

Aunque reconozco que mucho te quisieron
con el ansia inmediata, del gozo efímero
de la breve transferencia de un cariño vacuo,
ese mismo que tú también pedías de ellos.

Es entonces que yo, un pobre diablo iluso,
siempre seré el menor de los que fueron:
No seré Moliere, ni Saramago,
ni Italo, ni Collazo, aún menos Chejov.

Así que puedo y voy a equivocarme, 
aunque me baste un perdón y un trapo viejo
que limpie tenaz tu memoria de lo malo,
y me eleve a mi sitial cuando esté muerto.

Porque nada puedo hacer: no hay competencia
con quien partió, el que no está, el que es recuerdo…
si yo me quedo para errar, si no me rindo,
si mi meta es ser último en amor y no primero.

–Álex Padrón, enero 2022

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