¡Esas manías de escritor! (Parte II)

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Lo hablábamos en la primera parte de esta serie de artículos: técnicamente pueden estar bien, pero molestan mucho a la hora de leer. Que conste que son solamente impresiones personales y no por ello me erijo juez de nadie, pero puede que coincidas con mi criterio.

Hay tantos estilos como autores, lo que nos da una miríada de posibilidades. Pero el lenguaje es doblemente rico, y manejarlo con maestría es una habilidad adquirida: mientras más escribas, mejor lo harás.

Esta máxima parece eludir a algunos autores porque perpetúa los malos hábitos, si no los corrigen a tiempo. Para aquellos que no quieren verse atrapados en estas engañosas y manías, vengan más ejemplos de cosas que no deberían hacer.

Del perfume a la peste

El escritor arranca con una prosa sublime y muy cuidada, para cambiar de repente el discurso a una forma de hablar prosaica y trivial. Algo más o menos así:

“Tras fervientes deliberaciones y diatribas interminables, el consejo de ancianos decidió mandar todo al carajo y chuparle un huevo todo”.

Ojo, en textos de corte humorístico o con visos sarcásticos puede funcionar muy bien, no así en otros más serios. Igual el ejemplo no me salió demasiado mal —de hecho, me gusta—, pero imagino que se lleven una idea.

Hagamos leña del árbol caído

Esta manía de escritor consiste en reiterar acciones que ya están explícitas en los diálogos o acciones de los personajes. Quizás se busca remarcar con ello la urgencia del momento, pero en realidad le quita fluidez y naturalidad a los sucesos.

“—¡Vete de aquí! —le empujó por los hombros, animándole a salir de la estancia a empellones y gritos”.

Vale, vale, me voy. No me lo tienes que pedir tanto, pesao.

Yo soy tu maestro

Muchos escritores tienden en aleccionar al lector sobre cómo deben reaccionar ante las acciones de sus personajes. En estos casos y casi siempre es preferible mostrar la acción que guiar los sentimientos que estas provocan.

La mayoría de las veces el lector no es un perfecto sicópata sin una onza de empatía, sino que entenderá que si a un personaje se le muere el perro, se va a entristecer. Y si se lo matan, se cabreará y mandará a la tumba a la tercera parte de la población mundial —si el protagónico se apellida Wick.

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¡Ríe, payaso!

Esta manía consiste en reírse como posesos, gritar como endemoniados y, en general, hacer que los personajes se comporten con un nivel de intensidad y una ampulosidad de movimientos y emociones exagerados.

Salvo en situaciones extremas o que nuestro elenco se escapó de una institución mental, las personas en sociedad se comportan bastante comedidas. Así que mejor no exagerar ni describir siempre a los personajes como si fuesen a tope de anfetas.

La broma íntima

Todos tenemos algunas bromas y guiños que van directo a un grupo de personas o una persona en específico. Por mucho que nos tiente colarlas en el texto para que las personas con quien compartimos el dato escondido se regocijen, es mejor evitarlo.

Ten en cuenta que el 99% de tus posibles lectores no tienen que entender el chiste, así que si no funciona a escala planetaria, es mejor dejarlo para las tertulias con té y dulces.

Las pistolas de Chéjov

Estas son conocidas, pero es bueno recalcarlo siempre que se pueda: si se mueve la atención del lector hacia un objeto llamativo dentro de la escena, este debe ser utilizado en algún momento del relato.

Claro, que este elemento de la trama debe usarse en el momento adecuado y dándole el énfasis dramático que corresponda. Tampoco tiene que ser empleado para solucionar todos y cada uno de los problemas de la trama, a no ser que sea la lámpara de Aladino o un rollo de cinta adhesiva.

Escamoteando el pato

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Algunos autores, cuando le falla la lógica de lo que arguyen en sus textos, comienzan a verborrear y darle cranque filosófico a la idea tratando de justificarla. O, en su defecto, para lograr rendir al lector por aburrimiento y fuegos de artificio.

Ese tiempo de escritura estaría mejor empleado subsanando el error lógico y creando una prosa limpia y directa sobre el pollo del arroz con pollo.

El parche antes que la herida

Esta manía es muy común en la literatura fantástica, y trata de manejar la suspensión de la incredulidad antes que el lector ponga objeciones.

Expresiones del tipo “Era inconcebible, pero juro que lo vi con mis propios ojos”, “incluso una probabilidad en un millón es posible”, “La realidad es más rica que la ficción” y otras del mismo corte juegan con esta manía y hacen que el lector ponga los brazos en jarra y piense: “a ver con qué guayaba se va a bajar este ahora”.

Mejor obviar este recurso e ir directo a la mentira turca. Mientras no se nos vaya mucho la pinza y no forcemos el pacto ficcional en repetidas ocasiones, el lector que gusta de este tipo de historias nos da un crédito de paciencia bastante holgado.

Me da pereza

Algunos escritores no hacen honor a su oficio y les da pereza describir situaciones a las que falta un poco de lógica.

Ese policía que olvida revisar que su arma está cargada no puede argüir que por una razón que desconoce se le olvidó hacerlo. O que el taxi del protagonista se quede sorpresivamente sin gasolina, porque el chofer no se ocupó de llenar el tanque —ni se fijó en la insistente señal de tanque vacío— carece de lógica.

Si una acción rompe con lo que se espera de ella, hay que explicarla. No hacerlo es como decir que Fulano se murió porque se olvidó conscientemente de respirar. ¿Puede suceder? Puede, siempre y cuando se ofrezca una explicación colateral coherente.

¡Fuera de aquí, bellaco!

Si los personajes se la pasan haciendo pausas para café, rones y cigarros a cada paso de la trama, hay una buena posibilidad que el autor esté consumiendo también para ganar tiempo, tal como sus personajes.

También se suceden quejas de los personajes sobre la confusión de la trama, que fácilmente podrían atribuirse a la indecisión del autor sobre cómo timonear su barco. Antes de llevar tu frustración al papel, date un paseo, aclara tus ideas y no confundas más a tus atribulados héroes. Ni los recargues de nicotina, alcohol o pastillas.

Ya bastante tienen ellos en sus platos.

Soy mi peor enemigo

Variante de la manía anterior, en la que el autor hace un mea culpa en boca de sus personajes y se autocritica, antes que otros lo hagan.

Se reconoce cuando los protagonistas de la historia introducen cuñas de autoflagelación del tipo “esa explicación no tiene pies ni cabeza”, “esto me recuerda a las películas de clase B”, “estoy muy aburrido, ¿es que nunca pasa nada en este pueblo?”. Acto seguido la crítica se escucha y la trama mejora, así que entonces, ¿es necesario llevarte tan tenso?

Visión de túnel

Técnica muy empleada cuando el autor no tiene ganas de describir, así que venda los ojos de su personaje, le regala una agorafobia o una compulsión a hacer algo —digamos, adquirir un artefacto— tan brutal que le impide fijarse en ningún detalle de su entorno.

Y vamos, sabemos que nadie cruza por lo general una calle sin mirar al menos a derecha e izquierda. Vale que a veces no detallamos de forma consciente, pero si después sale de repente un asesino detrás de una columna ya eso es escamoteo.

El efecto dorama

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Algunos autores han consumido tanto del drama de telenovela que piensan que refleja la vida real, así que salpimentan sus tramas con gemelos malvados, triángulos y cuartetos amorosos, giros argumentales de paternidades improbables y otras nimiedades que poco o nada aportan a la historia.

Lo vomitivo no es emplear estos recursos emotivos baratos y gratuitos. Lo imperdonable es hacerlo a posta en una historia que no lo lleve, solamente para ganar lectores a base de clichés prestados. No voy a señalar a nadie. Pero creo que deberían haber dejado a He-man en su versión original.

Ya le añadiremos partes

Esta manía es clásica de los inicios, cuando aún el autor no tiene bien urdida la historia pero se sienta en el ordenador con el firme propósito de llenar cuartillas. Así, empieza la trama con una habitación en blanco, que no es más que un escenario que aún no ha sido preparado por el tramoyista.

Al final de la historia esa habitación se parece más a un trastero: se le añadieron tantos elementos a la narración (personajes, acciones y objetos) que uno se pregunta por qué no presentar toda la parafernalia desde un comienzo, para ponernos en contexto lo más pronto posible.

Ojo, hay muchas novelas que emplean este recurso para hacer despertar al héroe herido después de un evento traumático y eso está bien cuando se hace in media res y ya el lector está ubicado en la trama.

Y tú, querido lector/escritor, ¿has recordado alguna historia que adolece de estas manías? O quizás te he retratado. Igual, agradecería un comentario al respecto para que todos escribamos mejor.

Si no, pues dame un me gusta, ¡bien sabes que es verdad! O compártelo en tus redes sociales, para que tus amigos maniáticos se enteren. O rebloguéalo. O qué sé yo.

¡Solo hazme saber que estás vivo y no estoy tecleando al éter!

(Continúa…)

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18 comentarios en “¡Esas manías de escritor! (Parte II)”

  1. Magnífica entrada. Nunca había leído sobre algunas de estas manías aunque las evitaba de instinto. Se ve que esta disección parte de alguien con atención analítica a la técnica y un curtidísimo oficio de escritor.

    1. Más bien un mero aprendiz con ganas de compartir lo poco que sabe, pero igual te agradezco el aliento. A veces es más útil explicar lo que NO se debe hacer que dar consejos de escritura

    1. Sí, estoy pensando en preparar una compilación de los artículos que he escrito y sacar un suplemento especial en Korad que se llame como la columna, “Misión Escritor”. O tal vez en algún otro lado. Se aceptan sugerencias.

    1. Hola, Raquel. Más que enseñar, prefiero decir que comparto un poco mi experiencia como escritor/lector sin ánimo académico, pero tratando más que el lector medite sobre el tema que dictar leyes y pautas. Muchas gracias por leerme: me estimula para seguir.

  2. Caray, qué bien te lo estás pasando, amigo Álex No le falta de nada al artículo. Si acaso, yo añadiría ‘sacar el conejo de la chistera’ que son aquellos relatos en los que, a falta de una resolución lógica, el escritor introduce un elemento nuevo que resuelve el problema. También me viene a la cabeza la situación Ex-Machina o intervención cuasi divina que resuelve una historia por un hecho inusitado. Solían decir los antiguos Deus ex Machina, como dando a entender que era una solución de Dios que, sin ningún tipo de lógica, intervenía para salvar el día. Y, claro, no podía faltar ‘la llegada del Séptimo de Caballería’ que más que un error terminó siendo un cliché. Durante toda la obra tienes la inquietud de que sólo la llegada del Séptimo de Caballería puede salvar a nuestros héroes y ya, en el punto más agónico del relato, cuando todo parece perdido, se escucha en off el sonido de arcángeles, las trompetas de Jericó, que emite el cabo Rusty mientras el sargento O’Hara da órdenes de despliegue y el Séptimo ataca por la espalda para que Rin-Tin-Tin atrape al traidor y se lo entregue al teniente Ripley.

    1. 🤣🤣🤣. Estos artículos tienen cierta (poca) antigüedad… Pero si revisas toda la serie, en la primera y en la última parte ya están desarrollados los casos que me mencionas. ¡He hecho mi tarea!

      1. Ya te lo dije. El leer a salto de mata tiene esos inconvenientes. Pero, bueno, queda como recordatorio para los que te lean con avidez y ganas de aprender.

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